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Capítulo
Punto 592
Humildad · Punto 592

No olvides que eres... el depósito de la basura.

—Por eso, si acaso
el Jardinero divino
echa mano de ti,
y te friega
y te limpia...
y te llena
de magníficas flores..., ni el aroma ni el color, que embellecen
tu fealdad,
han de ponerte orgulloso.

—Humíllate: ¿no sabes que eres el cacharro
de los desperdicios?
 

Comentario

Texto del Cuaderno V, nº 554, fechado el 8-I-1932 (dos días después del punto anterior). Las modificaciones textuales fueron ya introducidas por San Josemaría en las cuartillas a velógrafo. «Lo que he sido y lo que seré», es el tema del punto anterior. Ahora se nos describe el presente: «lo que eres». Tenor literal idéntico, con diferencia en la primera frase, que dice así:

«Niño: no olvides que eres... el recipiente de la basura» [1].

Ésta, como tantas otras consideraciones procedentes de Apuntes íntimos –especialmente, las que comienzan: «Niño...»–, es un trozo de su oración personal, y de su «vida de infancia». San Josemaría se hace a sí mismo –con la luz del Espíritu Santo– esta consideración: el cacharro de los desperdicios es, ante todo, él, viéndose en la presencia de Dios.

Sólo en un segundo momento, al publicarla, la extiende a los demás, pues ésa es la condición de la criatura humana caída y redimida: un misterio de pecado y de gracia.

A esta consideración sigue en el Cuaderno, inmediatamente, esta otra, que prolonga el pensamiento dentro del mismo «clima», igualmente personal:

«Niño, pobre borrico [2]: si, con Amor, el Señor ha limpiado tus negras espaldas, acostumbradas al estiércol, y te carga de aparejos de raso y sobre ellos pone joyas deslumbrantes, ¡pobre borrico!, no olvides que puedes, por tu culpa, arrojar la hermosa carga por los suelos... pero tú solo no puedes volvértela a cargar».

En el punto 592 hay un profundo conocimiento de eso que Pascal llamaba «ce vilain fond de l'homme» (ese miserable fondo del hombre)[3], pero sin la ironía pascaliana: el discurso se mueve, todo él, en lo que podríamos llamar «humildad ante Dios»: un «reconocerse» que está ya atravesado por el Amor.

El presente capítulo de Camino refleja una «experiencia» de la seriedad de la relación con Dios, común a la tradición de los grandes santos. Desde ella puede también comprenderse, en su ambivalencia, el drama de Lutero, a la vez que se descarta toda concepción, podríamos decir, «apolínea» de la vida espiritual.

Leer en este sentido el comentario al punto 599.

En un texto de los años setenta –la Carta 14-II-1974, n 75– continúa el diálogo comenzado en este punto 599:

«Comprende que eres de barro de botijo y no te asustes, nunca más, de topar dentro de ti con abismos de vileza. Clama, ruega, recorre las etapas del hijo pródigo. Tu Padre Dios sale a tu encuentro apenas te confiesas pecador, en aquello que la soberbia te ocultaba como pecado. Comienza para ti una gran fiesta –la profunda alegría del arrepentimiento– y estrenas un traje limpio: una caridad más honda, más divina y más humana, porque cuentas ya con la seguridad de haber aceptado humildemente la poquedad de tu condición».

Detrás de estas expresiones de 1932 y 1974 está una viva conciencia de la teología paulina y agustiniana de la gracia:

«Oportet ut oderis in te opus tuum, ut ames in te opus Dei» [4].

Como en tantas otras ocasiones, una vivencia semejante a la del punto 592 se encuentra en Santa Teresa de Jesús, que explica así por qué aceptó escribir el Libro de su vida:

«Sea bendito por todo, y sírvase de mí, por quien Su Majestad es; que bien sabe mi Señor que no pretendo otra cosa en esto, sino que sea alabado y engrandecido un poquito de ver que en un muladar tan sucio y de mal olor hiciese huerto de tan suaves flores. Plega a Su Majestad que por mi culpa no las torne yo a arrancar y se torne a ser lo que era» [5].



[1] En el Cuaderno decía primero: «embellece».

[2] El «borrico», en los Cuadernos, es siempre el Autor. Para el tema del «borrico», vid com/420, 606 y 998.

[3] Blaise Pascal, Pensées, 453; Léon Brunschvicg (ed.), Librairie Générale Française, Paris 1972, pg 209.

[4] San Agustin , Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 12, 13; BAC 139, 1955, pg 314s.

[5] Libro de la Vida, 10, 9; BAC 212, 8ª ed, 1986, pg 69. La cursiva es mía.