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Capítulo
Punto 856
Infancia espiritual · Punto 856

 La infancia espiritual exige la sumisión
del entendimiento,
más difícil
que la sumisión
de la voluntad.

—Para sujetar
el entendimiento
se precisa, además
de la gracia de Dios,
un continuo ejercicio de la voluntad,
que niega, como niega
a la carne,
una y otra vez
y siempre, dándose,
por consecuencia,
la paradoja
de que quien sigue el «Caminito de infancia», para hacerse niño, necesita robustecer
y virilizar su voluntad.

Comentario

Texto del Cuaderno V, de Apuntes íntimos, nº 477, que fue fechado por San Josemaría el 13-XII-1931.

Este punto refleja una conversación de San Josemaría con don Norberto Rodríguez, el primer sacerdote colaborador suyo de aquellos tiempos [1]:

«Veíamos con D. Norberto –y ahora lo veo muy claro– que la infancia espiritual exige la sumisión del entendimiento, más difícil que la sumisión de la voluntad. Para sujetar el entendimiento, se precisa, además de la gracia de Dios, un continuo ejercicio de la voluntad, que niega, como niega a la carne, una y otra vez y siempre, dándose, por consecuencia, la paradoja de que quien sigue el Caminito de infancia, para hacerse niño, necesita robustecer y virilizar su voluntad».

Por el tenor del texto se ve con claridad que en la conversación se habla de algo conocido, que tiene su nombre en la espiritualidad: es el «Caminito de infancia», ligado a la figura de Santa Teresita [2].

El 2-X-1930, en el segundo aniversario de la fundación del Opus Dei, San Josemaría anotaba en su Cuaderno de Apuntes íntimos (nº 89):

«Ahora, de un modo especial entre la juventud (ayer vi un semanario blasfemo, escrito por estudiantes para estudiantes), no es la carne solamente la que se subleva: es la rebelión de las inteligencias. A esa rebelión de los que se llaman intelectuales, a ese non serviam!, preciso es que otros intelectuales respondan con un decidido ¡serviré! ¡Te serviré, oh Dios!».

Acerca de la expresión «Virilizar la voluntad», leer el comentario al punto 19 con sus referencias.

En cuanto a la «sumisión del entendimiento» de la que habla, hay que situarla en este contexto de la vida intelectual de un universitario que «piensa».

Esta expresión, puesta en relación con la «sumisión de la voluntad», como se hace en el discurso de este punto, no es otra cosa, a mi parecer, que una consecuencia de la primacía total y absoluta que tiene la fe-confianza dentro del camino de infancia espiritual.

Se trata del don de la fe que se expande en el sujeto y le lleva a la permanente conciencia de la infinita verdad de Dios –llena de bondad–, ante la que se rinde la inteligencia, incluso cuando no «entiende», porque en su no entender «sabe» que Dios «sabe más». La voluntad, por tanto, entra en el proceso de «sumisión» exactamente como entra en la génesis del acto de fe.

De la fe en Dios, ciertamente, pues –como dice Josef Pieper [3]– fe absoluta, fe en sentido pleno, sólo se puede tener en Dios: Él es la verdad, la veracidad y la bondad supremas, que ni se engaña ni nos engaña.

En un hombre, en cambio, no puede ponerse una fe así: toda fe en el hombre está siempre intrínsecamente condicionada por la conciencia de su falibilidad.



[1] Sobre este sacerdote y su relación con San Josemaría, leer la biografía de VAZquez de Prada, I, pgs 446-447, 534-542 y passim.

[2] Escribe Santa Teresa de Lisieux:

«Sin embargo, los bienes que vienen directamente de Dios, las intuiciones de la inteligencia y del corazón, los pensamientos profundos, todo eso constituye una riqueza a la que solemos apegarnos como a un bien propio que nadie tiene derecho a tocar...» (Ms/C fol 19r; MEC 5, 1996, pg 298).

San Josemaría, lleno de celo apostólico, animaba por aquellos años a los sacerdotes a vivir una intensa fraternidad en torno a la celebración de la Santa Misa, fomentada por una Pía Unión de inspiración teresiana.

Cuenta San Josemaría en sus «Apuntes» (Cuaderno V, nº 536, 2-I-1932):

«el 12 de marzo de 1929, día de S. Gregorio Magno, nos inscribieron en Lisieux en la Unión sacerdotal de hermanos espirituales de Santa Teresita, a D. Norberto y a mí».

Vid VAZQuez de Prada, I, pg 312.

[3] Josef Pieper, La fe, Rialp [«Patmos», 124] Madrid 1966, pgs 32-37.