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Capítulo
Punto 876
Vida de infancia · Punto 876

 Niño:
no pierdas
tu amorosa costumbre de «asaltar» Sagrarios.

Comentario

Punto procedente del Cuaderno V, nº 571, fechado por San Josemaría el 18-I-1932 [1]. El tenor literal del texto es idéntico al de Camino.

San Josemaría usaba esta terminología en los contextos más diversos. En 1932 escribía a una comunidad religiosa de Gijón:

«Habiendo tenido la alegría de conocer a D. José [2], y por él el espíritu de esa venerable Comunidad, estoy cierto de que no querrán perder la ocasión de contribuir con sus oraciones a la santificación de un grupito escogido de almas varoniles de apóstoles. Sepan que hemos de ser 'hombres de Eucaristía'. (...) Yo corresponderé en lo que pueda. Voy a contarle un secreto: Dos noches, desde mi celda de Madrid, he asaltado el Sagrario de mis Madres de Gijón. Pero estuve muy torpe; no supe decirle nada. Hija mía: yo insistiré...; probablemente, estaré también premioso y tartamudo. Díganle ustedes a Jesús todas estas cosas y aquellas otras que El pondrá en el corazón y en los labios de sus vírgenes» [3].

Vid el punto 270 y su comentario.



[1] Ese día, como hemos dicho, San Josemaría escribió seis puntos sobre «vida de infancia»: 863, 901, 882, 883, 876, 874.

[2] Don José Lles Sagarra (1876-1936), sacerdote catalán residente en Asturias, donde fundó y organizó el ARPU (Adoración Real, Perpetua y Universal del Santísimo Sacramento). Murió fusilado en Gijón al comienzo de la guerra civil española (agosto 1936).

[3] Carta de San Josemaría Escrivá a María Teresa Villanueva Labayen, entonces Jerónima de la Adoración, Madrid 24‑I‑1932; EF 320124; la cursiva es del original.

María Teresa Villanueva Labayen (1892-1942), hija del político liberal Miguel Villanueva Gómez, conoció a San Josemaría en el Patronato de Enfermos, donde prestaba su colaboración. En 1931, tras la muerte de su padre, cumplió su deseo de hacerse religiosa, ingresando en el convento que las Jerónimas de la Adoración, fundación de origen mejicano, tenían en Gijón.

Mi celda de Madrid. Es una expresión para mostrar a aquellas religiosas, con su propio lenguaje, el profundo sentido de unidad y de comunión con que les escribía.

Su expresión habitual, para indicar su espíritu, era: «Nuestra celda es la calle». En su comprensión de las cosas, esto era como decir:" no tenemos celda, porque para el cristiano corriente el lugar del encuentro con Cristo es la calle".