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Cómo se hizo
Consideraciones Espirituales, 1934 IV

Consideraciones Espirituales, 1934. IV

Pedro Rodríguez

Vista panorámica de la ciudad de Cuenca

 


La primera forma impresa de este patrimonio literario se publicó el año 1934 en Cuenca. Tenía como título Consideraciones Espirituales(75) y se editó en la antigua imprenta del Seminario, que entonces había cambiado su nombre por Imprenta «La Moderna»(76) .
Comenzó a trabajar en la preparación del libro en febrero del 34 (77) , pero no se limitó a la anunciada ordenación del material publicado a velógrafo. Habían pasado casi diez meses desde que cerró el texto de Cem33 y en ese tiempo había terminado el Cuaderno VI de sus Apínt y estaba mediado el VII, llenos ambos de gran riqueza espiritual. Más de un centenar de nuevas consideraciones se sumaron a las 333 de Cem.

a. La preparación del texto

Desde el punto de vista de la historia de la redacción hay, pues, que distinguir en Cec dos partes: a) los materiales procedentes de los dos fascículos multicopiados (Cem) y b) los textos de nueva incorporación. Unos y otros, a su vez, provienen de los Cuadernos de Apínt.
La casi totalidad de los nuevos textos estaban, como acabamos de apuntar, en las notas íntimas posteriores a Cem33: la primera de ellas es del 2 de agosto de 1933 (Cec/45.4 (78) = C p/433) y la última está fechada el 24 de marzo del año siguiente (Cec/35.1 = C p/337) (79) .

Del Cuaderno VI procedían 42 consideraciones, y 65 del VII, en el que entonces estaba anotando su experiencia espiritual. También, como en Cem33, algún texto más antiguo se incorpora al libro: en concreto dos puntos del Cuaderno V (80) .

Sobre los materiales procedentes de Cem el Autor realizó algunas operaciones redaccionales. Ante todo, decidió prescindir de siete consideraciones, tres de las cuales eran frases tomadas del libro «Decenario al Espíritu Santo», de Francisca Javiera del Valle, que había leído y anotado fervorosamente en 1932 (81) . Pero sobre todo vio claro que, en algunas –que reproducían de manera prácticamente literal el tenor de los textos de sus notas íntimas–, debía cambiar la forma de expresión a la hora de pasarlas al texto impreso. Se trata casi siempre de consideraciones en las que aludía de modo explícito al Opus Dei (con la abreviatura: «O. de D.» (82) ); lo cual tenía sentido en el círculo más restringido de los que accedían a Cem, pero resultaba impropio al editar el libro y ampliar así el ámbito de sus lectores. Esta tendencia se reforzará, como veremos, cuando se plantee la edición definitiva de C.

Algunos ejemplos de lo que digo. En Cem32/240 se leía:

«¡Cómo se ennoblece el dolor, en la Obra de Dios, poniéndolo en el lugar que le corresponde (expiación) en la economía del espíritu!» (83) .

Era ésta, efectivamente, una experiencia de veinte siglos en la Iglesia –el sentido de la Cruz de Cristo–, vivida ya con hondura en el Opus Dei en su corto espacio de existencia: en la vida del propio Autor, llena de humillaciones y penalidades y, por ej, en la dolorosa muerte en plena juventud de dos de los primeros miembros del Opus Dei (84) . La nota del Cuaderno V, que pasa a Cem32, recoge con sencillez y agradecimiento esta realidad, meditada ahora, gracias al velógrafo, por todo el pequeño grupo de seguidores de Escrivá. El Autor, al ordenar los papeles, traslada a Cec/98.5 (= C p/234) esa experiencia vivida al hacer el Opus Dei, pero ahora expresada en los términos de su pura y nuda realidad cristiana, universalmente ofrecida a todos en el Evangelio:

«¡Cómo ennoblecemos el dolor, poniéndolo en el lugar que le corresponde (expiación) en la economía del espíritu!» (85) .

Sólo ha hecho falta ese brevísimo cambio: quitar la alusión a la Obra y describir la experiencia en primera persona del plural, incluyendo al lector.

Otro texto. En Cec/96.2 (= C p/915) se contiene un criterio fundamental de rectitud y limpieza en toda forma de compromiso cristiano:

«Las obras de Dios no son palanca, ni peldaño» (86) .

Pero en Cem32/222 eso se decía explícitamente del Opus Dei, según la concreta e histórica comprensión del tema que, en este punto, anotó su Fundador en el Cuaderno VI, nº 819, 2-IX-1932:

«La Obra de Dios no es palanca, ni peldaño» (87) .

Todo este patrimonio –el de los fascículos y el de las consideraciones de nueva incorporación– quedó dispuesto en caps. Esta división del texto –que pasará sustancialmente a la definitiva disposición de C– es, en efecto, la gran novedad de la edición de Cuenca. Los caps que encontramos en Cec son 26, sin numerar, cada uno con un breve y expresivo título: una sola palabra, muchas veces. Ya se comprende que esta agrupación del contenido en caps será fundamental para comprender la estructura interna de esta edición y, en definitiva, de C.

Otra peculiaridad de Cec. En contraste con los borradores precedentes, los textos que aquí se incluyen no están numerados. No sabemos a qué se puede deber esta determinación, tan en contraste con Cem y con lo que sería la definitiva presentación de C. El Autor no ha dejado, durante esta época redaccional, información alguna acerca de su modo de trabajar en el libro. Cada «consideración» –es evidente– sigue teniendo su propia entidad, como la tenía en los fascículos de Cem, pero ahora la separación entre ellas se hace por medio de un simple trazo (88) .

El libro tiene 438 «consideraciones» o, mejor, unidades separadas por estos trazos. Pero en realidad son 435, pues, al ordenar las fichas y preparar el manuscrito para Cuenca, el Autor –o los mecanógrafos– introdujeron tres consideraciones repetidas (89) . De Cem32 proceden 240, 85 de Cem33 y las otras 110 son nuevas incorporaciones tomadas directamente de Apínt, como ya hemos dicho.

b. Hacia el texto impreso

Pero todavía no estamos ante el texto editado. Más bien vamos acompañando al Autor mientras se plantea la cuestión de pasar a la letra impresa. La edición formal de un libro de espiritualidad tenía, en su caso, implicaciones que debía sopesar, estando el Opus Dei «en gestación» y tantas miradas puestas en la labor que desarrollaba. En sus periódicas visitas a don Francisco Morán, Vicario General de la Diócesis de Madrid (90) , le informaba detenidamente de la actividad de la Obra: la labor con universitarios que realizaba y, en conexión con ella, su presencia en los barrios obreros y en los hospitales de Madrid. En los Apínt y en otros papeles personales se reflejan los temas de esas visitas: los proyectos apostólicos del Autor, la expansión de la labor con estudiantes de la Universidad, la Academia DYA, etc. El 24 de febrero de 1934, cuando ya tenía prácticamente dispuesto el libro, anota:

«El lunes pasado estuve con el Sr. Vicario de Madrid. Fui por un asunto del convento de Sta. Isabel. Hablamos de muchas cosas, de nuestros apostolados, de los chicos... El Sr. Morán pasó un buen rato y está cambiadísimo: antes me urgía a que fuera yo a la cátedra; ahora me decía: no hacen falta sacerdotes-maestros, ni sacerdotes-catedráticos, sino sacerdotes que formen maestros y catedráticos...»(91) .

En alguno de esos encuentros debió de hablar al Vicario de los Consejos que repartía a velógrafo entre los estudiantes, sin darle mayor importancia. En cambio, editar un libro era cosa más delicada, dada su situación de sacerdote extradiocesano en Madrid y teniendo una acción apostólica relevante, cada vez más conocida en la vida universitaria(92) .

Podría haber recelos en el ambiente eclesiástico y dificultades de diverso orden. Pero Josemaría Escrivá veía con claridad que necesitaba disponer de ese instrumento: letra impresa. Es interesante notar que el Autor proyectaba –y llevaría a término– la publicación simultánea de dos originales: las Consideraciones de que hablamos y, además, Santo Rosario, cuya circulación a velógrafo es anterior incluso a los fascículos de los Consejos (93) .

Eran por lo demás aquellos primeros meses del 34 de una especial intensidad en la configuración de la labor apostólica del Opus Dei y en la formación de sus miembros, todos muy jóvenes: estaba el Fundador acabando de escribir dos documentos importantes para la vida interna de la Obra, que entregaría también al velógrafo en los días siguientes: la Instrucción acerca del espíritu sobrenatural de la Obra de Dios y la Instrucción sobre el modo de hacer el proselitismo, fechadas respectivamente en 19 de marzo y 1º de abril de ese mismo año (94) . A todo esto, la penuria económica en que vivía San Josemaría estaba en el límite y la ideade editar un libro (a su costa, naturalmente) le hacía cavilar y pensar posibilidades. El dinero saldrá –se lee en el Diario de la Academia DYA– «de no sé qué sablazos que dará el Padre» (95) .

Así las cosas, se terció que a la semana de estar con el Vicario Morán vino a Madrid don Cruz Laplana, Obispo de Cuenca, a quien hacía tiempo que Escrivá quería visitar (96) . El Autor de C dejó este apunte de la entrevista:

«El jueves [1 de marzo de 1934] estuve con el Sr. Obispo de Cuenca, a quien comuniqué, en secreto y a grandes rasgos, la Obra de Dios. Desde luego, se mostró ganado»(97) .

Es muy probable, por lo que veremos después, que en este contexto el Autor hablara del libro que necesitaba publicar al servicio de ese afán apostólico, pero sin pedirle nada en concreto. El caso es que a raíz de esta entrevista, en la que le explicó el Opus Dei y la labor que llevaba entre manos, San Josemaría debió pensar que lo más oportuno y discreto era editar el libro en Cuenca, con el imprimatur de don Cruz Laplana, aparte de que sabía por Sebastián Cirac que allí se podían lograr muy buenos precios en la Imprenta del Seminario. Efectivamente, en Cuenca –y esto se presentaba como providencial– residía don Sebastián Cirac, aragonés como don Josemaría, canónigo de aquel Cabildo, Archivero diocesano y, lo que es más importante, hombre muy ligado, ya de años, al proyecto apostólico del Autor. Tal vez la idea de editarlo en Cuenca viniera incluso del propio Cirac.

El dato concreto es que, después de la entrevista con don Cruz, el Autor de Consideraciones se cartea con Cirac a propósito de la conversación con el Obispo y de la posible publicación del libro en Cuenca. Cirac escribe:

«Ayer recibí la tuya –rapidísima y más cargada de papel que de letra– con el placer de siempre, pero en aumento. El Sr. Obispo en una sesión de más de dos horas me contó la entrevista, su impresión y consejos. –Creo muy conveniente que me mandes el opúsculo, y con él a la vista le hablaré»(98) .

Esta carta, sin duda, precipitó el poner punto final a las tareas de redacción y ordenación del libro, cuyo contenido, por su propia naturaleza –era fruto de la oración y la vida cotidiana del Autor–, seguía abierto. El mismo día que recibió la carta de Cirac, el Autor introdujo en el lugar correspondiente (en el cap «Formación y Estudio») la última papeleta, que en el Cuaderno VII de sus Apuntes lleva fecha del sábado 24 de marzo, fiesta entonces del Arcángel San Gabriel. Es la consideración Cec/35.1 que en C es el p/337.

La «Advertencia preliminar» y el breve prólogo ya estaban escritos en febrero. El «borrador» de Cec no se conserva: posiblemente eran –como luego para el borrador de C en Burgos– sencillamente octavillas con las consideraciones ordenadas por capítulos. Josemaría Escrivá organizó las cosas para que algunos de los universitarios de su círculo apostólico pasaran a máquina la colección de «consejos» y disponer así del manuscrito para enviar a la imprenta. La operación se llevó a cabo durante la Semana Santa de ese año. El 31 de marzo, Sábado Santo, quedaba perfectamente preparado el original(99) .

Se sacaron dos copias. Una quedó en poder del Autor y la otra se envió certificada a Cirac (100) . Al día siguiente, 1º de abril, el Autor firmaba, como dijimos, la Instrucción sobre el modo de hacer el proselitismo, y anotaba en su Cuaderno:

«Desde hoy, en lugar de apuntar en las catalinas, muchas cosas las pondré en papeletas con la fecha. Así es más sencillo, y me lleva menos tiempo» (101) .

Tal vez detrás de esta decisión (del cuaderno a las papeletas, en contraste con la decisión del año treinta: de las cuartillas al cuaderno) esté la experiencia de la preparación de Cec. En todo caso, coincide con el envío del libro para ser impreso en Cuenca. Desde ese momento, en los Cuadernos de Apínt se encuentran muchas menos anotaciones espirituales y ascéticas de las que antes llamé «autónomas»: todo va narrativamente más al filo de los acontecimientos que de las «consideraciones».

Por su parte, en el diario de la Academia DYA se continúa dando cuenta del resultado de los trabajos:

«Por la contestación posterior nos dicen que sí, que podrán tirarlo allí y que el Señor Obispo ha sido tan amable que nombró censor a don Sebastián, como se había pedido» .(102)

En efecto, con fecha 9 de abril Cirac había escrito al Autor:

«Recibí la tuya y el opúsculo de Consideraciones. He aquí el resultado de mis gestiones. Con el Sr. Obispo he hablado en varias ocasiones largo y tendido, sus consejos me parecen, como los demás suyos, de una persona que tiene el don de consejo. […] Me nombró Censor del opúsculo […]. Hoy comenzaré, D.m., la lectura censural y de oficio del mismo»(103) .

c. «¡Vaya por Dios, con mi desvergüenza!»

Quede el Canónigo haciendo su lectura censural, que traerá cola, y veamos con qué expectación se esperaba el librito entre los sacerdotes que colaboraban con Escrivá en aquella empresa apostólica. Se trata, escribe uno de ellos a otro, más «reciente»:
«de un folleto, que te mandaremos enseguida, donde encontrarás cosas interesantísimas para la dirección y pesca de los nuestros. A José María le vas a conocer mejor por ese libro que por lo que ahora le has visto y tratado. En ese librito está compendiada toda la experiencia de varios años de J. M. en esos trabajos, que le puso Dios por obligación: te gustará mucho» (104) .

Pero escuchemos sobre todo al Autor, que escribe por esas fechas al Vicario General de Madrid una de sus habituales cartas sobre la actividad apostólica del Opus Dei. Le informa, entre otras cosas, de la edición en marcha y le da –y nos da ahora a los estudiosos de su obra– elementos de juicio para comprenderla:

«Por razones de economía, con la aprobación del Sr. Obispo de Cuenca, se está tirando un folletico –luego se tirarán otros–, en la «imprenta Moderna», antes «Imprenta del Seminario», de esa capital (de Cuenca). Son notas que empleo, para ayudarme en la dirección y formación de los jóvenes, y que hasta ahora iban a velógrafo. Enseguida que me manden la edición, me apresuraré a enviar a V. S. Ilma. un ejemplar. Le anticipo que no tienen ni pretensiones, ni importancia, y que se imprimen anónimamente: desde luego, sólo son útiles para determinadas almas, que quieren de veras 1) tener vida interior 2) y sobresalir en su profesión, porque esto es obligación grave» (105 ) .

Lo que no sabía San Josemaría es que la censura de su opúsculo corría –de hecho– a cargo del mismo Sr. Obispo de Cuenca, que leía el libro detenidamente y transmitía sus observaciones al censor. Así lo dedujo cuando unos días después llegó la censura oficial emitida por Cirac, probablemente acompañada de una carta en la que el propio Cirac comunicaba al Autor confidencialmente que algunas de esas «orientaciones» –que conoceremos enseguida– eran muy personales del bueno de don Cruz Laplana (106) . San Josemaría se disgustó.

Pero a su estilo, es decir, con un disgusto atravesado por ese su característico sentido del humor –lleno de sentido sobrenatural–, que transforma toda aquella peripecia en algo sumamente ejemplar y... divertido. El caso es que, estudiado el asunto, Josemaría escribe a su amigo con fecha 17 de mayo hablándole con toda franqueza y discrepando de algunas cosas de la censura. ¡Qué pena no tener la carta! Como todas las del Autor a Cirac en esta época, ésta tampoco se conserva. En todo caso, sabemos lo esencial de su contenido por una anotación del Autor en su Cuaderno de apuntes que lleva fecha del día 18. El texto no tiene precio (107) :

«Día 18 de mayo de 1934: ¡Qué facilidad, en todo y en todos, para hacer el mal! y ¡qué dificultades, especialmente de parte de los buenos, para hacer el bien! Envié a Cuenca las «Consideraciones» y resulta que se escandalizan –no digo bien– que parece que les asustan algunas palabras, que desde luego nada envuelven de error o de irrespetuoso; por ejemplo, la frase «santa desvergüenza».

Protesté ayer, por carta a Cirac, y, cediendo en todo lo demás, espero que saldrá el folleto con «desvergüenza». El caso es que salga, aunque sea con colaboración (!): ya llegará la hora de publicarlo sin retoques» (108) .

Al nombrar esta expresión –«santa desvergüenza»– el lector de C se sitúa perfectamente en lo que pasaba. En el cap titulado «El plano de tu santidad» las consideraciones Cec/37.1 a 38.1 (= C p/387 a 391) incluían esta expresión que, con las otras dos («santa intransigencia» y «santa coacción»), constituían los puntos que determinan –en el pensamiento del Autor– el «plano de santidad que nos pide el Señor». Ahí es nada. No eran juegos de palabras lo que andaba por medio, ni una cuestión literaria, sino el intento por parte del Autor de comunicar un fundamental mensaje por medio de lo paradójico de la expresión (109) . Si se quitaba la paradoja, se debilitaba o aguaba la comunicación del mensaje. En realidad –era la conclusión que sacaba– no le habían entendido...

Al Autor le parece pueril que le exijan esas quisicosas... Pero espera que su carta a Cirac sea convincente y le dejen, al menos, la «santa desvergüenza»... Aunque ya se ve, leyendo su desahogo en el Cuaderno, que está dispuesto a «admitir colaboración» y a quitar lo que quieran: lo importante es que salga el librico, que le hace falta para su tarea pastoral. Ya llegará el momento de poderse expresar con toda llaneza (110) .

El correo funcionaba entonces a la perfección, y al día siguiente, mientras Escrivá anotaba su Cuaderno, ya estaba Cirac leyendo la carta al Obispo. Una larga sesión seguida de nueva carta de Cirac al Autor:

«Cuenca, 18 de mayo: Recibida la tuya y leída por mí, se la he leído al Sr. Obispo, a quien no ha gustado tu actitud sobre la palabra desvergüenza. Dice que no puede él conceder autorización al libro donde se recomiende una palabra que suena mal y tiene mal sentido en el lenguaje usual; y que te recomienda que la cambies por otra –resolución, decisión, valentía...– que tenga otro sentido en el uso, y que no te dejes llevar de una apreciación personal, sino que pienses en la trascendencia de una publicación y que ninguna firma de obispo puede autorizar esa palabra.–¡Si supieras cuánto sufro con estas cosas!» (111) .

Todo quedaba entre aragoneses. Josemaría Escrivá y don Cruz Laplana (aparte de Cirac, que era de Caspe): ¡qué caracteres y qué temperamentos tan diversos! ¡qué diversa sensibilidad en dos hombres de Dios a la hora de compulsar –desde esas pequeñas cosas de lenguaje– la presencia de los cristianos en el mundo! La carta de Cirac está anotada humorísticamente por el Autor, que, después de la firma del canónigo, con lápiz rojo y con su letra grande y enérgica, apostilla:

«¡Vaya por Dios, con mi desvergüenza! Diremos (por ahora) atrevimiento»(112) .

Pero en el Autor de C, por encima de todo –y por encima de su propio temperamento– estaba la entrega incondicionada a la Voluntad de Dios, que se expresa de manera eminente en la palabra de los Obispos en comunión con el Papa. Así lo escribió a Cirac a vuelta de correo. Imaginamos el tenor de la carta por la respuesta del Canónigo, que es del día 28:

«Tu última carta me alegró muchísimo por la confianza que ponías en el señor Obispo, a quien también agradó mucho tu conducta y sumisión a su parecer» (113) .

Cirac continúa con algunos detalles sobre la edición:

«He aguardado a escribirte con el fin de decirte algo del opúsculo [se entiende, sobre la marcha de la edición]. Pero nada he conseguido. El día 20 repasé yo las pruebas corregidas de unas veinte páginas; después nada me han vuelto a decir. Te remito la oración y ‘Santo Rosario’. Dirígete personalmente por carta a D. Pedro Lorente, La Imprenta Moderna(114) . Podrás también preguntarle por el opúsculo. Puedes decirle que como es mucho lo que habéis de dar a la imprenta, os dirigís a él, mejor que valeros de tercero»(115) .

A lo largo del mes de junio se terminó la corrección de pruebas y para finales de mes el libro estaba ya a punto:

«Ya sé que has escrito al Señor Lorente, quien me ha dicho que en esta misma semana estará terminado el opúsculo, de modo que a principios de la próxima semana, D.m., lo tendrás en Madrid. Te mando la factura que hace días la pagué. No sé cuándo pasaré por esa ciudad en dirección a Caspe, y seguramente que sólo me detendré algunas horas para veros» (116) .

El Diario de la Academia DYA se detiene gozoso ante los ejemplares de la edición, que llegaron el 3 de julio:

«Consideraciones Espirituales (Martes 3-7-1934). Por fin mandaron de Cuenca los 500 ejemplares que allí se encargaron de los ‘Consejos y Consideraciones Espirituales’».

Se ve que el divertido asunto de la «desvergüenza» lo había comentado el Autor con los más íntimos, y quedó constancia en el Diario:

«Aunque hubo que cambiar algunas palabras que asustaban por otras, como por ejemplo: poner audacia en vez de desvergüenza, y algo más así, en general está muy bien editado, muy cómodo y práctico para llevar, y además tiene al final, no sólo el «Nihil obstat» del Censor, nuestro hermano Sebastián Cirac, sino el sello y aprobación del Sr. Obispo de Cuenca, que quiso tener con la Obra esa delicadeza. Que Dios se lo pague» (117) .

Cirac, desde Cuenca, escribe ese mismo día:

«Ya habrás recibido y examinado los ejemplares del opúsculo, brillante y evangélicamente jugoso: ¡cuánto bien hará en las almas escogidas! […] Di otro ejemplar al Sr. Secretario, que hizo de cocensor, y es persona discreta, piadosa y reservada, aunque no ha calado en lo fundamental del opúsculo» (118) .

Datos de la edición: se tiraron 500 ejemplares (119) y el coste fue 310 pesetas. La Imprenta había hecho una oferta más barata para mayor tirada: 425 pesetas por 1000 ejemplares. Saldría en el primer caso a 62 céntimos el ejemplar y, en el segundo, a 42’5 cts. Ya se ve que se optó por el menor desembolso (120) .

Pero no sigamos adelante sin hacer ya una descripción formal del pequeño libro (121) . Sus dimensiones son 10’5 x 15 cm. y la caja 7’2 x 11’7 cm. En la cubierta anterior, que hace también de portada, se lee: «Consideraciones Espirituales / por / José María / [una pequeña viñeta] / Cuenca.–Imp. Moderna / 1934». Después de una página de respeto no numerada, la 1 es la portadilla, donde se lee, centrado: «Consideraciones Espirituales». Las pgs 2 y 4 están en blanco. No hay página de portada, que se subsume en la cubierta. En la 3 se encuentra una «Advertencia preliminar», breve razón de lo que es el libro, firmada por «J. Mª» y seguida de la fecha: «Febrero-1934»(122) .

La pg 5 es la primera de texto: comienza con seis breves líneas en letra cursiva, sin título(123) , que son el germen del prólogo al lector de C. A continuación y en la misma página, dejando un blanco de centímetro y medio, comienza el primer cap, titulado «Carácter». Siguen los otros 25 caps, cada uno de ellos abriendo página nueva (par o impar según toque). Así, hasta la pg 102, que es la última del texto, en la que aparece de nuevo la firma abreviada del Autor: «J. Mª». Las pgs 103 y 104 contienen el Índice de los caps. En pg 105, cubriéndola íntegra y muy destacada en sus caracteres, está la censura eclesiástica: arriba, el Nihil obstat: «Nihil obstat / Dr. Sebastián Cirac / Censor». En el centro, el Sello del Obispo de Cuenca, que dice: «+ D. D. Crux La Plana Laguna. Dei et A. Sed. gratia Episcopus Conquensis»(124) , seguido de la datación: «Cuenca, 3 de mayo de 1934». Debajo el Imprimatur del Obispo: «Imprimi potest / + CRUX, Episcopus Conquensis».

Está muy bien editado. La cubierta era en color beige, con cartulina de muy poco grosor. Como apunta el narrador del Diario, sorprende y llama la atención el tamaño y los caracteres del sello y firma del Obispo (125) .

El libro –el folleto, o el folletico, como le llamaba el Autor; el opúsculo como le llama Cirac– sigue siendo, como hemos visto, semianónimo: su autor es «José María». La razón es clara, y ya ha ido apareciendo en distintos contextos: no pensaba todavía su Autor en darle una circulación comercial, sino que quería utilizarlo –y así procedió de hecho– en un horizonte semejante al de los fascículos a velógrafo (126) : como prolongación de su acción de dirección espiritual y formación de almas, aunque ahora pensando en llegar a muchos más, incluso a gente que todavía no conocía la Obra (de ahí el eliminar las alusiones a la misma, como hemos visto)(127) .

Unos días después comenzaba su retiro espiritual en los Redentoristas y escribe a Ricardo Fernández Vallespín:

«Enviad las Consideraciones a todos los nuestros –aunque no hayan escrito– y decidles que estoy de ejercicios: que me encomienden de modo especial»(128) .

Y poco después, a José Ramón Herrero (129) , un estudiante de Derecho:

«¿Ya lees las ‘Consideraciones’? Medítalas, despacio. Escríbeme pronto. Cuéntame muchas cosas» (130) .

Por estas fechas, recién salido este primer libro –del que no habla en sus Apínt–, fue cuando el Autor anotó en su Cuaderno con la mayor sencillez del mundo:

«Querría, Jesús, escribir muchos libros, pero comprendo que no tendré tiempo»(131) .

El Autor envió el libro con dedicatoria a algunos sacerdotes y obispos amigos suyos. Se conservan algunas cartas de respuesta. Un ejemplo:

«[…] Lo he leído y lo sigo leyendo; y como me sitúo en el ambiente en que viven los que principalmente lo han de leer (para ellos lo escribías, ¿no?), me herían mucho tus consideraciones, y me penetraban muy adentro. Te tengo santa envidia, por lo que trabajas, y por el modo con que trabajas. Grandes planes tiene Dios contigo, y no dudo que sabrás hacerte cada día más merecedor de sus misericordias» (132) .

Cuando aparece el libro, el Autor ya tenía decidido trasladar la Academia DYA de Luchana a su nueva sede, en la que habría también Residencia de Estudiantes: Ferraz, 50 (133) . Un período, éste de 1934 a 1936 –en que estalla la guerra civil–, en el que se da un fuerte desarrollo del Opus Dei, que absorbe por completo a San Josemaría.

 


75. Consideraciones Espirituales, Cuenca 1934: Cec.

76. La antigua máquina impresora de «La Moderna» se conserva hoy, como un venerable recuerdo, en el Instituto de Artes Gráficas - Tajamar (Madrid), una labor de apostolado corporativo del Opus Dei. Es una máquina francesa (dimensiones: 2 x 4 m. y 1’6 m. de alto) marca «Albert & Cie» Frankental, modelo «Universal», con impresión en tipografía planocilíndrica con marcado a mano de los pliegos. No tiene motor propio y se movía mediante una correa de transmisión desde un motor externo. El pliego máximo de papel que podía imprimir es de formato: 60 cm x 100 cm.

77. La Advertencia preliminar tiene esa fecha. También Ricardo Fernández Vallespín alude a esa fecha en su testimonio, Madrid 7-VII-1975, pg 16; AGP, sec A, leg 100-20, carp 2, exp 6.

   ―Ricardo Fernández Vallespín (1910-1988), nacido en El Ferrol (La Coruña), hizo la carrera de Arquitectura en Madrid. Conoció al Autor en mayo de 1933, en casa de José Romeo, al que daba clases particulares. Comenzó a dirigirse espiritualmente con don Josemaría y se incorporó al Opus Dei en noviembre de 1933. Fue el primer director de la Residencia DYA. Se evadió a la zona nacional en mayo de 1937. Cuando Josemaría Escrivá llegó a Pamplona, en diciembre de ese mismo año, se reanudó el contacto habitual: abundante correspondencia y visitas a Burgos. En 1949 se ordenó de sacerdote.

78. 45/4, es decir, Cec pg 45, consideración que ocupa el cuarto lugar en esa página. Así citamos sucesivamente en esta IntrodGen. Los textos de Cec no estaban numerados.

79. Es el último punto de C escrito antes de la guerra civil española: «Frecuentas los sacramentos, haces oración, eres casto... y no estudias... No me digas que eres bueno: eres solamente bondadoso» (p/337).

80. Son las consideraciones Cec/70.2 (= C p/757) y 80.5 (= C p/851).

81. Son las cd/70, 72 y 115 de Cem32. Vid sobre este Decenario com/57. Las otras cuatro consideraciones de Cem que tampoco pasaron al texto impreso son: cd/68, 76, 253 y 284. De esta última sabemos –por unos restos de la copia, que quedó en poder del Autor, del texto enviado a Cuenca– que figuraba en la pg 7 del manuscrito (mecanografiado) para la imprenta, como punto que cerraba el cap «Dirección».

82. De ordinario, al transcribir deshacemos la abreviatura y ponemos «Obra de Dios».

83. El subrayado es mío.

84. Un sacerdote, José María Somoano (16-VII-1932), y un ingeniero, Luis Gordon (5-XI-1932). Vid José Miguel Cejas, José María Somoano. En los comienzos del Opus Dei, Rialp, 2ª ed, Madrid 1995. Vid también las notas necrológicas de José María Somoano y de Luis Gordon, escritas por San Josemaría, en Vázquez de Prada, I, Apéndices XIII y XIV, pgs 623-626.

85. El subrayado es mío.

86 El subrayado es mío.

87.El subrayado es mío. De todas estas modificaciones se informa al lector en el aparato crítico.

88. Un trazo muy fino, centrado: lo que en tipografía se llama un «filete». Este sistema de separar los textos ofrece dificultad para distinguirlos cuando el final de una consideración coincide con el final de una página, porque en este caso se omite el trazo y, en consecuencia, no siempre es fácil saber si se trata de dos consideraciones distintas o continúa en la nueva página la consideración anterior. Como veremos, esto afectará a la situación de algunos textos cuando el Autor, en Burgos, realice la definitiva redacción de C.

89. Son éstas: Cec/15.4 = Cec/90.1; Cec/36.1 = Cec/40.4; Cec/36.3 = Cec/97.2. Hay que tener en cuenta que esta última pareja de repetidos no fue advertida por el Autor al preparar en Burgos la edición de Valencia y, repetidos, pasarán a C: p/381 y p/940 (hasta la sexta edición no se advirtió el error; vid com a estos puntos).

90. Juan Francisco Morán Ramos (1874-1943), natural de Manzano (Salamanca), sacerdote, fue Vicario General de Madrid-Alcalá desde mediados de la década de los veinte hasta su muerte. Durante los años treinta el Autor tuvo frecuente trato con él tanto para asuntos de la diócesis como para temas relacionados con el naciente Opus Dei. El comienzo de la guerra interrumpió momentáneamente la relación, que se reanudó al llegar el Fundador del Opus Dei a Burgos y continuó después en Madrid.

91. Apínt, nº 1140. Álvaro del Portillo comenta en nota: «Era un cambio radical, el de don Francisco Morán. El Señor le había dado la vuelta, a través de las conversaciones con el Padre».

92. Vid Vázquez de Prada, I, pgs 255-259.

93. «En otra ocasión me entregó mecanografiado un comentario sobre los Misterios del Santo Rosario que luego he visto impresos en su libro del mismo título» (Rafael Roldán, Testimonio, Córdoba 14 de Junio de 1977; AGP, sec A, leg 100-49, carp 2, exp 15). Se conservan restos de un ejemplar de esta multicopia y, lo que es más importante, el fascículo autógrafo del Autor, que tiene fecha de diciembre de 1931: AGP, sec A, leg 58, carp 2, exp 1.

94. El original autógrafo de ambos textos se encuentra en AGP, sec A, leg 48, carp 1, exp 1 y 2, acompañado de ejemplares mecanografiados y a velógrafo y documentación complementaria. Los citaremos en lo sucesivo de forma abreviada: Instrucción, 19-III-1934 e Instrucción, 1-IV-1934, y a continuación el número marginal del texto impreso. Éste se encuentra en AGP, sec A, leg 48, carp 3.

95 Diario de Luchana, 31-III-1934; Sainz de los Terreros. Desde este primer «Centro» del Opus Dei, San Josemaría dispuso que en todos los Centros de la Obra se llevara un diario de familia, que reflejara la vida de cada día en el Centro y en cuya redacción se turnaran los que vivían allí o colaboraban en la actividad apostólica. Esos Diarios, con el tiempo, han pasado a ser una fuente histórica importante, que hay que leer, naturalmente, con discernimiento. En alguna ocasión, el Autor de C en sus Cuadernos dice que algo no lo recoge allí, porque esto lo contarán «los chicos» en el Diario.

96. Don Cruz Laplana (1875-1936) moriría mártir en Cuenca el 8 de agosto de 1936, donde era obispo desde el año 1921. Vid Sebastián Cirac Estopañán, Vida de D. Cruz Laplana, Obispo de Cuenca, Imprenta-Escuela de la Casa Provincial de Caridad, Barcelona 1943, y Antonio Montero, Historia de la persecución religiosa en España, BAC 204, Madrid 1951, pgs 373-379. Aragonés, era pariente de la madre de San Josemaría y buen amigo de su padre. Álvaro del Portillo explica la razón de esta visita: «Se consideró nuestro Padre obligado a hablar con el Obispo de Cuenca, porque este señor le ofrecía una canonjía, que nuestro Padre no pudo aceptar porque le hubiese obligado a alejarse de Madrid: por este motivo le explicó lo que el Señor estaba queriendo de él, es decir, la fundación de la Obra» (Nt a Apínt, nº 1146).

97. Apínt, nº 1146. Subrayado del Autor.

98. Carta de Sebastián Cirac a Josemaría Escrivá, Cuenca 23-III-1934; AGP, sec E, carp 552, exp 4; la cursiva es mía.

99. Diario de Luchana, 31-III-1934; Sainz de los Terreros: «Terminadas las dos copias de los Consejos, aumentados y corregidos –quitando todo lo relativo a la Obra, para que todos puedan leerlos–, se llevaron al Padre y uno de ellos se certificó a D. Sebastián Cirac, canónigo de Cuenca, para ver si en la imprenta del Obispado pueden tirarlo, como ya anteriormente se trató. Ocuparon todos los Consejos casi 90 cuartillas a máquina. […] Se piensan hacer 500 ejemplares, que costarán 300 y pico pesetas».

100. Sabemos que el original llevado a la imprenta lo conservó durante mucho tiempo el Prof. Cirac (vid supra su carta de 13-VI-1940) con ánimo de devolverlo al Autor. No sé si esto tuvo lugar. En todo caso, en AGP no se encuentra ese texto, ni la otra copia mecanografiada de que hablamos. Mi impresión es que el Autor, una vez publicado el libro, decidió prescindir de la copia que se había quedado. Digo esto porque, entre los papeles sueltos de la época que se conservan en AGP, hay bastantes octavillas manuscritas del Autor, en cuyo dorso se ve precisamente el texto mecanografiado de Cec; lo cual nos ha permitido recomponer una pequeña parte del «manuscrito» de Cec. Sobre la costumbre del Autor de escribir sobre papel ya usado en el dorso, vid infra § 7, nt 7.

101 Cuaderno VII, nº 1174, 1-IV-1934.

102 Diario de Luchana, 12-IV-1934; Sainz de los Terreros.

103 Carta de Sebastián Cirac a Josemaría Escrivá, Cuenca 9-IV-1934: AGP, sec E, carp 552, exp 4. Subrayados de Cirac. La carta continúa con detalles de lo que costará la impresión, tipo de papel, etc. —«D.m.» = Dios mediante.

104 Carta de Saturnino de Dios a Eliodoro Gil, Madrid 28-IV-1934; AGP, sec E, carp 551, exp 64. —Saturnino de Dios Carrasco (1906-1981), sacerdote asturiano, ordenado en 1931, conoció al Autor de C en el Hospital General de Madrid. Poco antes de comenzar la guerra se trasladó a Asturias, quedando separado, a causa de la guerra, del Fundador del Opus Dei. Había dado durante el año escolar 1934-35 el curso de Doctrina Católica en la Academia DYA (vid AGP, sec A, leg 50-1, carp 2, exp 3, doc 2).

—Eliodoro Gil Rivera (1903-2000) nació en Villada (Palencia). Sacerdote desde 1927, conoció al Autor en diciembre de 1931, en la calle Alameda 9, Madrid, en el domicilio de San Pedro Poveda, Fundador de la Institución Teresiana. A partir de esa fecha se inició una relación cada vez más intensa, llegando a vincularse al Opus Dei en 1934. Desde entonces mantuvo un trato constante, sólo interrumpido en los primeros meses de la guerra, que le sorprendió en León. Cuando San Josemaría llegó a Burgos, el trato se intensificó, y permaneció hasta el final. Falleció en Madrid el 27-IV-2000, a los 96 años de edad.

105 Carta de Josemaría Escrivá a Francisco Morán, 26-IV-1934; EF 340426-1; subrayado del Autor.

106 Es posible que el documento trajera ya el imprimatur de D. Cruz –supuestas las correcciones incluidas en el voto del censor–, que está fechado, como sabemos, el 3 de mayo. No se conservan estos papeles. ―Más datos sobre este episodio en Vázquez de Prada, I, pgs 570-575.

107 Por cierto, gracias a esta peripecia queda alguna constancia en los Apínt de la preparación y edición del libro que comentamos.

108 Apínt, nº 1183; subrayado del Autor.

109 A don José María Somoano impresionó muy profundamente la exposición que hizo el Autor a un grupo de sacerdotes sobre este «plano de tu santidad». Vid infra com/387.

110. En AGP se conserva el ejemplar de Cec que el Autor utilizó como borrador para la edición definitiva de C (y que es también el que utilizo en los trabajos de la edición crítica; en nuestra edición tiene la sigla Ceb). Hay poquísimas correcciones. Por eso, al llegar al cap que comentamos, llama la atención encontrarse en la pg 31 con la cuidada caligrafía del Autor escribiendo la palabra desvergüenza, interlineada seis veces sobre la palabra audacia –la que había elegido en Cec como alternativa–, que aparece tachada con enérgico trazo.

Siguiendo instrucciones del censor hubo de prescindir también de la desvergüenza en otro pasaje del libro que no estaba en este cap (Cec 53/2 = C p/497), pero éste probablemente se le pasó al preparar C en Burgos (vid com/497). Ya antes, cuando estaba refugiado en la Legación de Honduras, utilizaba en su tenor original los tres puntos que determinan el plano:

«Con la santa transigencia, con el cariño fraterno, ha de ir siempre unida la santa intransigencia en todo lo que se refiera a la vocación cristiana. Y con la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza» (PredicHond, «Amor sobrenatural», 7-IV-1937, pg 28; II; la cursiva es mía). «De las tres virtudes que determinan el plano de nuestra santidad, la santidad que Dios quiere de nosotros –la santa intransigencia, la santa desvergüenza, la santa coacción–, la intransigencia es la que más trabajo cuesta practicar, pues puede presentar como cerril a quien la ejerce» (PredicHond, «La santa intransigencia», 12-V-1937, pg 60; VIII; la cursiva es mía).

111. Carta de Sebastián Cirac a Josemaría Escrivá, Cuenca 18-V-1934; AGP, sec A, leg 50-5, carp 1, exp 1; subrayado de Cirac.

112. Subrayado del Autor. En Cec escribió finalmente audacia. Su buen humor con ocasión de su «desvergüenza» continuaba unos meses después. En efecto, recién editado el libro encontramos en sus Apuntes una nueva alusión a aquel lance. Estaba comenzando sus EjEsp en los Redentoristas de la calle Manuel Silvela y no le habían llegado aún las notas que le solía preparar su confesor, como guión de meditación y examen, para esos días.

«No he podido ver a mi padre Sánchez –escribe (Apínt, nº 1739, 16‑VII‑1934)–. Llamé por teléfono el domingo, y me dijeron que no podía recibirme. Espero que mañana Ricardo F. Vallespín, que hoy llevó una carta mía a Almagro 6, me traerá alguna norma de mi Director». Y a continuación hace una divertida referencia a la «desvergüenza» de un sacerdote amigo, al que quería entrañablemente, pero que le mortificaba de continuo con la oficiosidad de sus consejos: «Lo que es indudable que llegará –escribe– es una o varias cuartillas o papelotes (esto es más fácil) del buen D. Norberto: y allí, con desvergüenza (¿por qué no le habrá devuelto también la vergüenza mi querido Don Cruz?), me dirá todas las cosas desagradables que se le antojen. Claro, que esto lo hace siempre con plena rectitud de intención, y yo se lo agradezco y hasta deseo que lo haga. Pero, como su visión es muy subjetiva, aunque me aprovechan sus desahogos, a veces no son muy atinados. ¡El Señor me lo ponga bien de los nervios!» (El subrayado es mío).

En esos mismos días de retiro escribe dirigiéndose a su confesor: «Vamos a lo de ahora: soy un niño –los borricos son los niños de los burros– con santa desvergüenza, que sabe que su Padre-Dios le manda siempre lo mejor» (Apínt, nº 1758, 18-VII-1934). La «santa desvergüenza» no era, evidentemente, para San Josemaría una cosa colateral.

―Don Norberto Rodríguez García (1880-1968) era un sacerdote que formó parte del primer grupo de seguidores del Fundador del Opus Dei. Natural de Astorga (León), fue ordenado presbítero en 1905. En 1910 se trasladó a Madrid, con sus padres, y atendió el Hospital General. En 1914 enfermó de los nervios. A pesar de su recuperación, recayó y quedó imposibilitado para tener un cargo eclesiástico. De 1924 a 1931 fue Capellán Segundo del Patronato de Enfermos. A partir de esa fecha ocupó diversas capellanías de religiosas y trabajó de coadjutor en una parroquia de Madrid. Con las vicisitudes de la guerra civil se desvinculó de su relación con San Josemaría. Falleció el 8‑V‑1968. Vid com/151 nt 17 y com/856. Sobre este sacerdote y su relación con el Autor, vid Vázquez de Prada, I, pgs 446-447, 534-542 y passim.

113. Carta de Sebastián Cirac a Josemaría Escrivá, Cuenca 28-V-1934; AGP, sec A, leg 54, carp 1, exp 3.

114. No hay en AGP correspondencia con este señor ni con la imprenta.

115. Carta de Sebastián Cirac a Josemaría Escrivá, Cuenca 28-V-1934; AGP, sec A, leg 54, carp 1, exp 3. Santo Rosario terminó editándose en Madrid poco después. Es muy posible que «la oración» a que se refiere Cirac sea la oración al Espíritu Santo, que el Autor compuso en abril de 1934 y que quería sin duda difundir. El texto autógrafo se conserva en AGP, sec A, leg 50-4, carp 1, exp 10. Parece que el Autor de C pensaba canalizar a través de esta pequeña imprenta la edición de muchas de las cosas que hasta entonces iba difundiendo a multicopista. De hecho, que yo sepa, allí no se editó nada más.

116. Carta de Sebastián Cirac a Josemaría Escrivá, Cuenca 28-VI-1934; AGP, sec E, carp 552, exp 4.

117. Diario de Luchana, 3-VII-1934, pg 152s; Sainz de los Terreros (subrayado del original). Hermano, hermanos: modos de decir inspirados en el espíritu de los primeros cristianos, que tanto les encarecía San Josemaría.

118. Carta de Sebastián Cirac a Josemaría Escrivá, Cuenca 3-VII-1934; AGP, sec E, carp 552, exp 4; subrayado del original.

119. El narrador del diario agregaba en su apunte: «Como los 490 ejemplares (pues 10 quedaron en Cuenca) ocupan 7 grandes paquetes de 70 cada uno y no se puede dejar en la Academia más que uno, dijo el Padre que nos los repartiéramos, y yo me traje 4 que guardo en mi cajón con candado» (Diario de Luchana, 3-VII-1934, pg 152s; Sainz de los Terreros). No deja de tener su gracia la alusión a la custodia bajo candado. La realidad es que hoy apenas se encuentran ejemplares de aquella pequeña y cuasiprivada edición. Nunca tuvo circulación comercial.

120. Los datos en Carta de Sebastián Cirac a Josemaría Escrivá, Cuenca 9-IV-1934; AGP, sec A, leg 54, carp 1, exp 3.

121. El ejemplar que hay en la Biblioteca Nacional de Madrid se encuentra en la sección de «Raros» (R/36587) y está descrito así: «Consideraciones espirituales / por José María, Cuenca : [s.n.], 1934 (Imp. Moderna), 104 pg, 1 h.; 15 cm».

122. Vid texto en Anexo 3, pg 1081.

123. Vid texto ibidem.

124. Se lee perfectamente la leyenda del escudo del Obispo: «Plenitudo legis dilectio».

125. En 1990 «Scriptor S.A.», entidad titular de la propiedad intelectual del libro, hizo una edición facsimilar del impreso de Cuenca: ISBN: 84-404-8056-3. El título de la cubierta es: «Consideraciones | Espirituales | por | josemaría escrivá | Edición Facsimilar | Madrid 1990». No mucho antes empezó a circular una edición «pirata», de formato algo más grande que la original. No tiene referencias jurídicas y tipográficas de ninguna clase.

126. Fernández Vallespín, que vivió de cerca la edición del libro, escribe, Testimonio, Madrid 7-VII-1975: «[su] objeto era la formación de los que habíamos pedido la admisión [en el Opus Dei] y el apostolado con los estudiantes que participaban en la labor de San Rafael [...] El bien que nos hizo este libro fue inmenso. Y nos sirvió como eficaz instrumento para el apostolado y proselitismo» (AGP, sec A, leg 100-20, carp 2, exp 6). ―Labor de San Rafael: el conjunto de tareas de formación y apostolado que se realizan en el Opus Dei dirigidas a la juventud. Sobre ella el Autor escribió un documento que se cita abundantemente en esta edición: la Instrucción a que se refiere la nt 1 de § 4.

127. También serviría al Autor para dar a conocer el espíritu del Opus Dei a sus amigos sacerdotes y a los obispos. Un testimonio significativo es el de don Juan Hervás, que sería después Obispo de Ciudad Real: «En la primera entrevista me dio un ejemplar de Consideraciones Espirituales, un pequeño libro que acababa de editar y que recogía los temas fundamentales de su espiritualidad. Recuerdo que lo leí con atención, y que decidí tomar a su autor como director espiritual de mi alma» (Testimonios sobre el Fundador del Opus Dei, 1994, pg 182). Posiblemente esa visita de la que habla Mons. Hervás fue el 26 de abril de 1935, fecha en que el Autor anota escuetamente en su Cuaderno: «Vino a verme D. Juan Hervás, de la Casa del Consiliario» (Apínt, nº 1265).

   
128. Carta de Josemaría Escrivá a Ricardo Fernández Vallespín, Madrid 17-VII-1934; EF 340717-1. «Los nuestros»: así llamaba San Josemaría a todos los que frecuentaban la Academia DYA. Pronto empezarían a gravitar sobre el librico incomprensiones, e incluso las calumnias, según anotó el propio Autor: «Día 28 de octubre 1935: Recuerdo que, el año pasado, un muchacho ya mayor, a quien regalé el folleto de “Consideraciones”, (tal ambiente calumnioso había contra nosotros), vino a los pocos días y me dijo con una sencillez muy parecida a la tontería: “Padre ¿esto –el folleto– no será malo, verdad?”» (Apínt, nº 1292).

129. José Ramón Herrero Fontana (1917) nació en Larache (Marruecos), abogado. Conoció al Autor en 1933, y asistió durante ese año al primer curso de círculos de formación que dio San Josemaría. Frecuentó la Academia DYA y la Residencia de Ferraz, participando en los incipientes apostolados del Opus Dei. Al estallar la guerra se encontraba en Logroño, y quedó sin contacto con el Fundador del Opus Dei. «Ir a ver a José Ramón», o expresiones parecidas en las que se mencionaba su nombre fue, para los que estaban en la zona controlada por el gobierno de la República, sinónimo de ir a la zona nacional. Cuando Josemaría Escrivá llegó a Burgos, se reanudó nuevamente el trato, por carta y con algunas visitas. En los años cincuenta se incorporó al Opus Dei.

130. Carta de Josemaría Escrivá a José Ramón Herrero, Madrid VIII-1934; EF 340800-1. El eco del libro continuaba en plena guerra civil: «Conservo sus Consideraciones, por las que conocí esa floración nueva del Espíritu. […] Por aquí, enredado en tareas de Acción Católica por levantar hacia empresas de Dios a muchos que sólo esperan la palabra, directriz, consejo...» (Carta de Alejandro Fernández del Amo a Josemaría Escrivá, San Rafael [Segovia] 1938; AGP, sec N-2, leg 148, carp D, exp 26).

131. Apínt, nº 1196, 8-VIII-1934.

132. Carta de Luis Latre a Josemaría Escrivá, Zaragoza 21-I-1936; AGP, sec E, carp 551, exp 113. ―Luis Latre Jorro (1885-1961), sacerdote del Seminario Sacerdotal de San Carlos, fue secretario del Cardenal Soldevila. Cfr Vázquez de Prada, I, pg 241 nt 105. —El Obispo Auxiliar de Valencia, Mons. Xavier Lauzurica, que años después escribiría la presentación de C, le agradece «el envío del bonito opúsculo, que le sirvió de agradable lectura» (Carta a Josemaría Escrivá, Valencia 1-I-1935; AGP, sec E, carp 499).

133. Para sacarla adelante el Autor de C tuvo que superar diversas contradicciones, una especialmente dolorosa (Vid Vázquez de Prada, I, pgs 534-535). San Pedro Poveda, al conocerla, le decía a San Josemaría: «Ahora es cuando se consolida la Obra» (Apínt, nº 1213, 3-I-1935).