Menú
Capítulo
Punto 576
Fe · Punto 576

Con qué infame lucidez arguye Satanás
contra nuestra
Fe Católica!


Pero, digámosle siempre,
sin entrar en discusiones:
yo soy hijo de la Iglesia.

Comentario

Este punto procede también del Cuaderno V, nº 767, y fue transcrito por San Josemaría quince días después del anterior: el 1 de julio de 1932, seguido del punto 879. El tenor literal del texto es idéntico al de Camino.

Reaparece su forma de respuesta: ¡soy hijo de la Iglesia! Pienso que este punto 576 es una rememoración de la «batalla» del 15 de marzo (y otras anteriores), ahora con ocasión de la lectura del Decenario al Espíritu Santo de Francisca Javiera del Valle, que San Josemaría había adquirido un mes antes y que iba anotando con una fuerza extraordinaria.

 

¿O refleja tal vez una nueva batalla en materia de fe? No lo sabemos. Me inclino a pensar que el texto del Cuaderno se forjó, desde aquella experiencia, en la lectura y meditación de este pasaje del Decenario, relativo al asalto de Satanás contra las virtudes teologales del alma entregada a Dios:

«Pero donde va directamente a poner el blanco es en la fe, porque conseguida ésta, fácil cosa es conseguir las otras dos (esperanza y caridad); porque la fe es como el fundamento donde se levanta todo el edificio espiritual, que es lo que él quiere y desea y pretende destruir».

A continuación San Josemaría subraya fuertemente esta frase del libro:

«Dios entonces calla, no le impide su intento, antes prepara los caminos para que sea más ruda la batalla»; y allí inserta esta anotación, a todas luces autobiográfica:

«El ataque a la fe tira el edificio espiritual. Desconcierta la tentación contra la esperanza. Pero esa malvada seguridad de que Dios no me ama y que no le amo es la que aniquila y, aún fisiológicamente, deja vacío el corazón y arranca a la triste vida humana su finalidad: dar gloria y Amar a su Señor. Creo, espero, amo» [1].

Sigue exponiendo Francisca Javiera del Valle:

«Cuando Satanás ya se acerca a la pelea, lo primero que echamos de menos es la luz clara y hermosa que nos había dado Dios para con ella conocer la verdad».

En el punto 575 podrían resonar estas palabras. Y San Josemaría anota al margen:

«Antes no era fe: era evidencia».

Era ésta la situación anterior a la lucha tremenda: una forma de donación de la verdad de Dios, que le parecía evidencia, y no fe...
La reacción es la misma que en la ocasión rememorada en este punto: ¡Soy hijo de la Iglesia! [2]


San Josemaría

En la Glosa, San Josemaría hace una humilde repetición del triple acto teologal: Creo, espero, amo. Lo nuevo ahora es que subraya la «lucidez» con que el Demonio presenta el «sinsentido» de la fe.

Tal vez el Señor permitió aquel ataque brutal en su alma para otorgarle de nuevo las luces que le había otorgado antes, y que se reflejan en el texto recogido en el punto precedente. Entre el sol de la fe y la oscuridad de la fe.

El punto refleja, en efecto, la propia vida de fe de San Josemaría , que experimentó en su espíritu, a veces en la soledad de los Ejercicios Espirituales, esas avalanchas arrasadoras contra la fe.

En los Ejercicios Espirituales de Segovia, en octubre de aquel mismo año -1932-, anotó casi con las mismas palabras:

«¡Oh, Padre mío, que no me falte la Fe! También, con infame lucidez, se presentan dudas brutales, pero ¡soy hijo de la Iglesia!» [3].

Y en los de 1940, ya después de la guerra civil, escribió:

«28 de agosto. 1940: esta tarde terminamos los días de retiro. –¡Con qué argumentos más claros echaba satanás por tierra mi Fe Católica! –Es terrible. –¡Soy hijo de la Iglesia!» [4].

El arma de San Josemaría era, una vez y otra, la confianza en la Iglesia-Madre y la eclesialidad de la fe. El fondo de su actitud ante la tentación, bien se ve aquí, es el sentido de la filiación divina, la conciencia de hijo de Dios vivida in sinu Ecclesiae.

La respuesta de San Josemaría tiene algo de la exclamación agradecida de Santa Teresa en su lecho de muerte: ¡Soy hija de la Iglesia! [5]

En Santa Teresa ese grito es de agradecimiento; y en San Josemaría, de confianza: como un niño, se sumerge en la Iglesia, verdadero «sujeto» de la fe [6], y allí encuentra plena seguridad frente al tentador. Allí es donde se puede «caminar en oscura y pura fe, que es propio y adecuado medio por donde el alma se une con Dios» [7].



[1] Glosas marginales al Decenario, 1932, pg 98. El subrayado es de San Josemaría. Patmos 35, pg 108; Logos 52, pg 156.

[2] También Francisca Javiera.

[3] Apuntes íntimos, nº 1668; Segovia, 10-X-1932.

[4] Apuntes íntimos, nº 1621; Madrid, 28-VIII-1940; la cursiva es del original.

[5]«Después de la comunión volvió a dar gracias al Señor 'porque la había hecho hija de la Iglesia y moría en ella'. Repetía muchas veces: 'En fin, Señor, soy hija de la Iglesia'. 'Gracias te hago, Dios mío, Esposo de mi alma, porque me hicistes hija de tu Santa Iglesia Católica'» (EfREn de la Madre de Dios - Otger Steggink, Tiempo y vida de Santa Teresa, BAC 283, Madrid 1968, pg 761. Allí se citan las fuentes de estos testimonios).

Isabel Guerra. Muerte de Santa Teresa
en brazos de la Beata Ana de San Bartolomé

 

[6] Sobre el tema, vid Henri de Lubac, La foi chrétienne: essai sur la structure du Symbole des Apôtres, Aubier-Montaigne, 2ª ed, Paris 1970, cap V: «L'Église croyante».

—En la página siguiente del Decenario San Josemaría pudo encontrar que ésta fue también la reacción de Francisca Javiera: el alma «se acuerda de la Iglesia y del amor que a ella debemos tener» y con palabras entrecortadas logra decir: «me uno a las creencias todas de mi madre la Iglesia y no quiero creer ninguna cosa más» (Patmos 35, pg 110; Logos 52, pg 158).

[7] San Juan de la Cruz, Noche oscura, II, 2, 5; BAC 15, 13ª ed, 1991, pg 524.