La espléndida edición crítico-histórica acometida por Pedro Rodríguez en el marco del recién creado Instituto Histórico Josemaría Escrivá(1), inicia la puesta en marcha de las Obras Completas del Beato Josemaría con ocasión del centenario del nacimiento de su autor. Y lo hace poniendo el listón muy alto para los textos que vendrán después. En esta sesión de presentación del libro se me ha encomendado enjuiciarlo desde la óptica lingüístico-literaria y eso es lo que ahora pretendo: dejar apuntadas las directrices que traza el editor al hilo de unas peculiaridades configuradoras de lo que hoy se considera un clásico revolucionario desde su forma: Camino. A la hora de disponer el texto para la imprenta, me he permitido desarrollar algunos aspectos y añadir notas de documentación.
Es bien sabido que el libro surge de la vida, como su editor señala al glosar el punto 273: «lo que es correspondencia epistolar, es también su tema de oración y de predicación. El Autor habla, ora, escribe y predica lo mismo: Jesús y su misterio» (p. 447). Esa “unidad de vida” predicada, y mucho antes vivida, por el fundador del Opus Dei salta a la vista en Camino. Y es habilidad del editor resaltarla, no sólo en la rotunda, documentada, sistemática y apasionadamente detectivesca Introducción General, sino también en la glosa a cada uno de los 999 puntos que constituyen el libro. Precisamente porque no hay solución de continuidad entre la vida, la predicación y la escritura, habrá que rastrear las notas, los apuntes personales y guiones de oración, meditaciones, ejercicios propios o predicados a otros; las cartas escritas y recibidas, las tertulias orales y los testimonios de quienes le rodearon en los comienzos del Opus Dei durante la década del treinta. Todo ello es oportuno para verificar la génesis y ramificaciones del mensaje que encierra cada punto de Camino(2). Un libro que surge de la vida cotidiana. Por eso el libro en su totalidad se convierte en un instrumento indispensable para conocer el contexto, pero también la vida interior del Beato Josemaría en su riqueza, en sus luchas ascéticas del día a día, incluso en los raptos de amor a lo divino que le emparentan con los grandes místicos. En definitiva, en un cauce para saber cómo se forja un santo a partir de la fiel correspondencia a la llamada de lo Alto... a partir del fiat, del ut sit... que marcan los primeros barruntos, cuando todavía no ha fundado –no quiere fundar– nada.
Como dirían Sartre o Carpentier, los contextos son importantes. Y el editor ha conseguido rescatarlos, hacerle nítido al lector el ambiente de esa España de 1930 en que surge y se desarrolla el Opus Dei. En medio de la guerra, directamente aludida pero sólo como mera y durísima circunstancia con la que se debe contar, sin partidismos ni amargura. Una guerra que no es motivo para cercenar la formación espiritual y cultural –estudio de idiomas incluido– de los primeros jóvenes universitarios que se han acercado al fundador. En este sentido, los papeles de la Legación de Honduras que testimonian los meses de reclusión del Santo junto a algunos de los suyos, o los de Burgos tras la salida de España por el Pirineo y la entrada en la zona nacional, dejan entrever el hambre, las necesidades, la dureza de la separación... suplida con el cariño, la correspondencia epistolar, o el boletín de Noticias; en definitiva, suplida con la oración potente de unos por otros...
El trabajo de selección de estos materiales desde la óptica de la vida interior que transparenta Camino es uno de los muchos aciertos del editor, e ilumina los puntos que se ven afectados por esos contextos –que son bastantes–. Hay también un contexto eclesial, no demasiado extenso pero en el que destaca la referencia a algunos obispos, a instituciones como las Teresianas del Padre Poveda –con el que le unió una franca amistad–, o las Damas Apostólicas... O simplemente, conformado por la alusión a libros y personajes del momento. Todo ello ayuda al lector a comprender la época y admirar, por contraste, la originalidad del soporte en que se vertieron las consideraciones espirituales que configuran el libro.
Vamos recapitulando: si se evalúa esta edición crítico-histórica desde la perspectiva literaria, habría que decir que el estudio de cada punto ha llevado al editor a un sistemático rastreo intertextual, en busca de su génesis y ramificaciones posteriores en otros textos como por ejemplo Forja o Surco –si bien esto último no es tan exhaustivo–. Se han señalado los apuntes del autor –notas, guiones, gaiticas, Consideraciones espirituales (1934)...–, así como las cartas, conversaciones, o testimonios, incluso posteriores, que configuran la historia del Opus Dei en sus comienzos. Todo ello va unido, porque muchos textos del fundador en su origen están pensados o redactados para su grey: de hecho arrancaron de las denominadas Instrucciones, redactadas para formarles y que el editor tiene en cuenta.
Pero hay más: el rastreo intertextual se abre al contexto cultural y eclesiológico, a la Sagrada Escritura, a los Padres de la Iglesia, a los clásicos de los Siglos de Oro, a las lecturas del fundador(3)... El editor, en su estudio pormenorizado, atiende también a los aspectos formales: características del papel(4), grafías(5), expresiones lingüísticas de la época, modismos, refranes(6), coloquialismos(7), frases latinas(8)... para lo que se recurre cuando parece oportuno al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española(9) o al Moliner(10)... Más interesante aún: se resaltan los usos específicos de ciertos vocablos que van configurando una espiritualidad propia en el fundador del Opus Dei. Y desde luego, las variantes en la transmisión textual y su sentido que es lo importante: el por qué de ciertos cambios léxicos, o del orden en la frase(11), o de los pronombres personales con los que se establece un juego que permite despersonalizar o generalizar una vivencia que, en su origen, había sido sólo del autor. Porque hay mucho de autobiográfico en Camino –y también se señala–, como lo hay de epistolar y coloquial: las conversaciones con los jóvenes que se le han ido acercando.
Finalmente y aunque no sea lo prioritario en la edición, también se apuntan los recursos básicos de la prosa fuerte –el castellano recio– del Beato Josemaría: paradojas, metáfora, metonimias, oxymoron, comparaciones, paráfrasis, aforismos...(12). Para ello, el editor se apoya en una bibliografía escogida –Garrido, Ibañez Langlois..–, la de quienes fueron pioneros en el estudio literario del libro.
¿Cómo se articula todo ese ingente material? La forma elegida para ello es la “glosa” que, según el D.R.A.E. es la «explicación o comento de un texto obscuro o difícil de entender». En su origen griego, la palabra significaba “lengua” pero ya en latín se había especializado en el sentido de “lenguaje obscuro”. De tanta importancia en el nacimiento del castellano, esa glosa que se coloca al margen para comentar una palabra ya no tan asequible, aquí se ha convertido no en un “glosario”, es decir, en un “catálogo de palabras obscuras o desusadas con definición o explicación de cada una de ellas”, sino en un comentario... Un comentario que ilumina el sentido, perfilándolo con la máxima precisión posible(13). Un comentario que se adapta como el guante a la mano a lo que pide cada punto. En un caso puede ser fijar el binomio estructural que lo articula, por ejemplo el de pecado/gracia en el punto 260:
«Tristeza, apabullamiento. No me extraña: es la nube de polvo que levantó tu caída. Pero ¡basta! ¿Acaso el viento de la gracia no llevó lejos esa nube?
Después, tu tristeza –si no la rechazas– bien podría ser la envoltura de tu soberbia. –¿Es que te creías impecable?».
El editor sitúa cronológicamente el texto en la Legación de Honduras(14) y lo conecta con un bloque de puntos inspirados en una meditación en torno al tema militia est vita predicada el 21-VI-37. Al respecto dice: “Todos ellos tienen una estructura semejante, basada en el binomio pecado/gracia (la cursiva es mía):
la nube ... tu caída/ el viento de la gracia (p/260)
no pienses más en eso/ volvió la vida a tu alma (p/261)
no pienses más en tu caída/ Cristo te perdonó (p/262)
tu derrota de hoy/ victoria definitiva (p/263)
caído así de hondo/ te trajo de nuevo al Amor (p/264)” (p. 433)(15).
Es decir, el editor tiende un puente hacia el lector al esclarecer la estructura interna, tanto al nivel teológico como al literario o de construcción textual del discurso. Ello da pie para recordar que, como es habitual en el análisis de cualquier libro, en esta edición crítico-histórica de Camino se intenta delimitar su estructura a distintos niveles: el estudio del orden de los capítulos respecto de Consideraciones espirituales que puede considerarse –aunque no el único– su genotexto o matriz; la relación de los capítulos entre sí, según temática, tipología escritural, incluso grafías o papeles, tintas... Todo ello dentro del marco tripartito que propone el editor a la hora de comprender la articulación de la materia teológico-espiritual de Camino y que funciona, obviamente, como la estructura básica:
La primera parte sería «Seguir a Cristo: los comienzos del camino», caps. 1-21, a su vez desglosados en dos bloques: a. Oración, expiación, examen (1-10); y b. Vida interior, trabajo, Amor (11-21). La segunda parte lleva por título «Hacia la santidad: caminar in Ecclesia», caps. 21-35 que de nuevo se subdividen en dos: a. Iglesia, Eucaristía, Comunión (21-25); y b. Fe, virtudes, lucha interior (caps. 26-35). Por fin la tercera parte, que el editor titula «Plenamente en Cristo: llamada y misión» y corresponde a los capítulos 36-46, en los que, nuevamente, pueden establecerse dos bloques: a. Voluntad y gloria de Dios, infancia espiritual (36-42); y b. Vocación y misión apostólica (43-46).
¿Qué sentido tiene esta tripartición de los 46 capítulos –algo, claro está, no señalado por el autor-? El editor lo explica en el estudio introductorio (pp. 167-190): hacerle captar al lector que Camino es un texto que hace honor a su título. O –lo que es lo mismo– es un camino ascético que, al modo de los clásicos de la espiritualidad, le lleva de la mano recorriendo unas etapas necesarias para la maduración de la santidad personal y el encuentro con el Amado. No se trata de una serie de aforismos colocados arbitrariamente. Muy al contrario, más allá de su formulación muy abierta, obedecen a un plan formativo que su autor ha forjado para su propia alma y la de sus jóvenes amigos. Y ese plan culmina en la plenitud del encuentro con Cristo que aguarda al final del camino. La vieja metáfora del título no es una referencia literaria superpuesta como mero adorno, sino que más bien da cuenta de su estructura interna. Es el dato escondido que el autor ofrece como guía de caminantes. Habría que concluir: toda lectura crítica es creativa, ilumina y focaliza, aclarando lo que al lector medio se le pudiera escapar en una primera ojeada.
Género literario de Camino: el estudio introductorio de la edición versus la bibliografía.
Este breve bosquejo no es sino una síntesis de lo que, a mi modo de ver, puede encontrarse en el corpus central de la edición de Camino, es decir, las glosas a todos y cada uno de los 999 puntos que constituyen este libro emblemático. Me gustaría desarrollarlo algo más, ejemplificando y estableciendo un diálogo con los comentarios del editor al hilo de su trabajo. Pero antes quisiera decir unas palabras sobre un epígrafe del estudio introductorio, el cuarto de la Introducción general, que lleva por título Género literario, finalidad y estructura de “Camino”.
En ese apartado, el editor tiene en cuenta la bibliografía que se interroga acerca de los valores literarios de este libro. Es un asunto poco explorado y, en consecuencia, la bibliografía es escasa: un libro muy reciente, el del poeta y profesor chileno José Miguel Ibáñez Langlois, Josemaría Escrivá como escritor(16); y algunos artículos de Garrido Gallardo(17) o Gondrand(18)... El editor va más allá y cita las ponencias pertinentes que se presentaron durante el congreso internacional La grandeza de la vida ordinaria (Roma, 7 al 11-I-2002) conmemorativo del centenario del nacimiento del Beato Josemaría; ponencias todavía en prensa(19).
¿Qué dicen los críticos sobre lo literario en Camino? En general se pronuncian sobre si puede considerarse o no como texto literario y, a continuación, determinan a qué género pertenece. Para Gondrand –y me atengo a su ponencia en el citado congreso sobre “las marcas de la oralidad en Camino”–, escritor es quien ha publicado al menos un libro y ha encontrado un público de modo duradero. Es decir, el francés prima la recepción y, desde esta perspectiva, los millones de volúmenes vendidos avalan que el texto citado es el de un escritor. Un escritor que tiene un mensaje –el de la llamada a la renovación radical de la vida cristiana sin dejar el mundo– que, ciertamente, se plasma en una forma novedosa dependiente de la oralidad.
Ibáñez Langlois recuerda que Josemaría Escrivá ...«no escribió para ser leído en cuanto escritor» (...), pero sus libros de fuego son una ...«fusión de experiencia y lenguaje, de humanidad y forma verbal, que constituye a la literatura como tal» (...). Porque podemos encontrar literatura en textos cuya intencionalidad no fuera ésa, ...«cuando la expresión se ciñe tanto a lo expresado que casi se le identifica»(20). Y además, el resultado es –y sigo citando-: ...«el signo propio de los clásicos que antes mencioné: su inmunidad al desgaste, su novedad permanente, el que resistan un número indefinido de lecturas con el poder de decir cada vez más a lo largo de los años»(21). Algo con lo que el editor está de acuerdo, tanto como para citarlo a modo de colofón de su estudio del aspecto literario en Camino (p. 166).
En cuanto al género, Ibáñez Langlois se decide rotundamente por el “aforismo”, definiéndolo como ...«un texto breve y sentencioso, portador de un conocimiento o de un contenido de sabiduría intenso, en un contexto de fragmentos afines pero misceláneos: no sistemáticos» (...). Y lo perfila aún más: «en el caso de Josemaría Escrivá de Balaguer, podemos hablar de aforismo en un sentido todavía más amplio: lo que el lector corriente llama pensamientos o puntos de meditación»(22).
En la línea de lo que recoge el artículo citado por el editor, en su comunicación al congreso romano Gondrand matiza la caracterización del libro con mucha minuciosidad: se trata de «máximas, de parágrafos, de microrrelatos»... pero, en realidad, más de un tercio de la obra son “consejos” a un interlocutor –él señala 745–. A partir de ahí, se decide por “consideraciones”. Y lo hace por varios motivos: en primer lugar, porque las “máximas” suelen estar en boca de reformadores de costumbres que emplean un tono pesimista, cuando el fundador del Opus Dei es un hombre optimista al máximo, al que su confianza en Dios le lleva a hablar con coraje y cierto tono provocador, para inducir esa respuesta de conversión. Pero además, el título del libro publicado en Cuenca (1934) es Consideraciones espirituales. Y el prólogo de Camino en sus catorce líneas habla de “consejos”, “consideraciones”, “confidencias”... Luego se trata de “consideraciones” vertidas en un estilo oral, absolutamente novedoso:
«L’originalité de Camino tient à ce qu’il insère le style oral de la prédication et du conseil spirituel dans des formules brèves, que l’on avait plus l’habitude de trouver dans des structures écrites, êxtremement littéraires, stylisées et symboliques, celle des maximes, que dans la littérature spirituelle. Un style en tout cas très éloigné de celui de la pluplart des considèrations spirituelles, si l’on excepte les conseils et sentences d’auteurs spirituels du XVe siécle»(23).
El editor está de acuerdo con Garrido Gallardo(24) e Ibáñez Langlois en considerar el «aforismo como el concepto abarcante de este género literario» (p. 156). También coincide plenamente con Gondrand, si bien llega a decantarse por “consideraciones” –dentro del género aforístico– a partir de otra vía: el estudio de los papeles del autor. Con habilidad detectivesca rastrea sus anotaciones hasta «los estratos más primitivos de la redacción (en los que) se habla de pequeñas iluminaciones o luces» (p. 154), advirtiendo que no se trata de denominaciones específicas, sino de un modo de aludir en bloque a muchas otras cosas de su vida interior. En los preliminares de la edición de Cuenca se habla de notas o apuntes, pero de nuevo desde la modestia y sin intencionalidad de denominar o fijar un género. Por fin, en el prólogo de Camino, se alude a confidencias, lo que –según el editor– pone de relieve el carácter íntimo y dialógico de su libro. Conviene aclarar –como lo hace el editor– que «Camino en cuanto a sus contenidos, no obedece a un proyecto inicial preciso de escribir una obra y mucho menos de una obra con elección previa de un género o un estilo concreto» (p. 158)(25).
Surgirá de la urgencia apostólica del fundador. Y ese apostolado hará necesario sacar a la calle sus consideraciones: el título de la edición de Cuenca da la pista de su sentido. En los libros de meditación, ...«consideraciones son las partes sucesivas en que se divide el discurso de una meditación» –seguirá recordando el editor (p. 155)–. En apoyo de su tesis, volverá a rescatar una referencia del Beato Josemaría en sus Apuntes del 32. Allí –no es la única vez– se le ve copiando fragmentos de guiones, notas de su vida espiritual, correspondencia... Siempre encaminado al servicio de los suyos, abierto a la oración de todos. Por ello el editor concluirá: «Me parece interesante todo esto porque pone en primer plano el clima de oración que envuelve a C (Camino): sus textos son consideraciones hechas en diálogo con Dios y para el diálogo con Él. Esto es lo que son a los ojos del propio Autor» (p. 156)(26).
Y es que lo literario no puede desgajarse, sino que más bien se entrelaza con lo espiritual y teológico. Ésa es la conclusión inmediata de su editor –Pedro Rodríguez–, quien declaraba su deseo de ...«ilustrar, primero, el género literario de C (Camino) a la luz de su génesis histórica, y después, de conocer la intentio espiritual del libro y sus destinatarios»... (p. 153). Y sucede que en absoluto pueden separarse; más bien que lo segundo justifica lo primero. Me detendré un momento en este asunto que me parece fundamental.
Un libro que surge de la vida: secularidad y recursos retóricos.
La historia de la redacción de Camino es paralela a la gestación del Opus Dei a partir de 1928. Y éste nació marcado con el signo de la secularidad, algo que el editor señala rescatando de los cuadernos de Apuntes del fundador textos como el que sigue, fechado en 1931: «Desde entonces –escribe– comencé a tratar almas de seglares, estudiantes o no, pero jóvenes. Y a formar grupos. Y a rezar y hacer rezar. Y a sufrir»... (p. 160).
Contar con el destinatario secular es importante para justificar la mayoría de los recursos retóricos que, aún hoy, desconciertan a los críticos en cuanto que no les parecen propios del género “consideraciones” o simplemente de la literatura espiritual. La oralidad, es decir, la prosa que surge del habla, de lo coloquial; el carácter dialógico del texto, que implica siempre un tú al que incitar y remover; la claridad y sencillez del vocabulario del hombre de la calle, compatible con la riqueza lingüística que presupone lecturas de los clásicos... son otros tantos recursos exigidos por un destinatario que vive en sociedad ejercitando los oficios más variados, porque todos son santificables en su materialidad cotidiana. Por eso en Camino(27).se dibuja un panorama social amplísimo en el que caben todas las actividades y clases sociales: el destinatario es un investigador pegado a su microscopio (n. 277), escultor (n. 756), pintor (n. 451), estudiante (n. 339, 467), profesor (n. 344), militar (n. n. 145), obrero de la construcción (n. 823), parlamentario (n. 353), médico (n. 361)...
No obstante, es cierto que este destinatario así cualificado profesionalmente, en su origen tiene que ver con la gestación de la Obra: hay que formar al pequeño grupo que empieza a nuclearse en torno a ese ideal de vida que da a conocer el fundador. Ellos son los primeros lectores y por eso –como ya se ha dicho– algunos puntos salen de las denominadas Instrucciones y el texto que irá recogiendo las pautas para ello(28). En Camino quedan rastros de este primer destinatario(29): «¿Ves? Un hilo y otro y muchos, bien trenzados, forman esa maroma capaz de alzar pesos enormes.
—Tú y tus hermanos, unidas vuestras voluntades para cumplir la de Dios, seréis capaces de superar todos los obstáculos» (n. 480)(30).
Pero el destinatario se amplía en una progresión geométrica: precisamente el texto se imprime para abrir inusitadamente el radio de acción. Porque su autor ya no tiene en mente sólo al fiel del Opus Dei, ni siquiera al cristiano –aunque muchos puntos presupongan esa formación en los hombres y mujeres del momento(31)–, sino a cualquier hombre de buena voluntad, a lo largo y ancho de tiempos y lugares(32). Las múltiples ediciones y las sucesivas traducciones(33) así lo han confirmado, en un proceso que ni se ha cerrado aún, ni tiene por qué cerrarse... En consecuencia, al redactar ese texto habrá que descontextualizar, procedimiento que: ...«es idéntico al que emprende todo autor literario que aspira a que su descubrimiento sea compartido por cualquier lector de cualquier situación o tiempo» –dice el editor citando a su vez a Garrido Gallardo (p. 163)–.
De acuerdo, pero vuelvo a insistir en que esto no es tan habitual en el orador sagrado que suele remitir a un contexto religioso y convoca a sus oyentes a la iglesia o al convento –y la formación del Beato Josemaría se había desarrollado en esos ambientes–. El caso es que no estamos ante un autor que se proponga “hacer literatura” y, sin embargo, utiliza muchos procedimientos “literarios”. Se hace necesario incidir –¡otra vez!– en la perspectiva secular que maneja desde el primer instante el fundador del Opus Dei.
Lo autobiográfico y su transformación dialógica(34).
Cabría preguntarse: ¿qué y quién descontextualiza? ¿En qué consiste ese procedimiento? Obviamente descontextualiza el autor, el Beato Josemaría. Y lo hace a partir de su propia experiencia de vida interior, o de las relaciones con los que le van siguiendo, tomando como punto de partida conversaciones, cartas, trozos de vida... Ya se ha comentado aquí que el fondo de muchos puntos –la mayoría– es claramente autobiográfico.
Por lo que afecta a la construcción del texto, el editor documenta ampliamente(35) el juego con los pronombres personales, en concreto, el paso del yo al tú que consigue despersonalizar o generalizar una vivencia del autor. Un ejemplo permitirá ver estos puntos en el proceso de gestación: «Le decías: No te fíes de mí... Yo sí que me fío de ti, Jesús... Me abandono en tus brazos: allí dejo lo que tengo, ¡mis miserias! –Y me parece buena oración» (n. 113).
Como en otros casos, el editor busca el origen del texto y lo encuentra en los apuntes que el Beato Josemaría iba tomando al predicar unos ejercicios en Vitoria (20 de agosto del 38): «Me veo tan miserable que muchas veces asomo la cabeza al oratorio, para decirle a Jesús: No te fíes de mí... yo sí que me fío de Ti, Jesús... Me abandono en tus brazos: allí dejo lo que tengo, ¡mis miserias!»... (p. 315).
Así se certifica lo autobiográfico: se trata de una experiencia personal que el autor camuflará prácticamente sin retoques aunque descontextualizándola para que sirva a todos. Y –continúa el editor– «como en tantas ocasiones, utiliza el género diálogo para esconderse»... (p. 315). En consecuencia, ese “tú” no es otro que el autor, quien lo inventa, o simplemente trueca el “yo” por el “tú”, para iluminar el camino que va abriendo a los suyos guiado por el Señor(36). Porque, a diferencia del escritor religioso tradicional que solía adoptar un tono distante y superior, el hablante no es sino un amigo, el hermano que va por delante, con la pretensión de construir junto al lector facilitándole esa relación divina(37). Éste es el propósito de tantos retazos autobiográficos que se desprenden de Camino bien lejanos del exhibicionismo impúdico o del afán personalista(38).
Excepcionalmente, el “yo” permanece y la experiencia se plasma tal cual: «Más quiero tu Voluntad, Dios mío, que no cumpliéndola –si pudiera ser tal disparate– la misma gloria» (n. 765)(39).
Según el editor, el texto corresponde a una nota del 32 (ejercicios espirituales de Segovia) que se transcribe tal cual: ...«Jesús, que no soy sólo. Jesús, que son muchas almas de apóstoles. Jesús, que es tu Obra. No me dejes (...). Me has escogido: ¡confírmame! Que nunca se enturbie este ardentísimo latir de mi corazón: ¡más quiero tu Voluntad, Dios mío, que, no cumpliéndola –si pudiera ser tal disparate– la misma gloria» (p. 846).
La transcripción confirma el contexto –gestación de la Obra– y, sobre todo, lo autobiográfico de tantos puntos que también pueden plasmarse como consejos, en tercera persona: «Fe, alegría, optimismo. –Pero no la sandez de cerrar los ojos a la realidad» (n. 40)(40).
Esa despersonalización de la vivencia autobiográfica en muchas ocasiones implica pequeños cambios léxicos, observados con agudeza por el editor que suele buscar siempre la razón subyacente a tales cambios. La aducida para el punto 321 podría hacerse extensible a muchos otros. Allí se dice: «Alma de apóstol: esa intimidad de Jesús contigo, tan cerca de Él, tantos años, ¿no te dice nada?».
Tras afirmar que nos hallamos ante un punto “claramente autobiográfico” procedente de sus propios ejercicios de Pamplona (diciembre del 37), el editor concluye: «Al trasladar la experiencia al texto impreso, aparte del paso al tú, el Autor radicaliza el panorama, que se hace más abarcante: el sacerdote (del texto originario) es ahora el alma de apóstol» (p. 489)(41).
La relación con el “tú”: distintas estrategias apelativas
«De que tú y yo nos portemos como Dios quiere –no lo olvides– dependen muchas cosas grandes» (n. 755)(42).
Lo autobiográfico de Camino no se ciñe exclusivamente a la vida interior de Josemaría Escrivá de Balaguer, sino que abarca lo epistolar y coloquial: las conversaciones con los jóvenes que se le han ido acercando. Éste es un capítulo muy rentable para el investigador y lo ha sido para el editor, quien se ha encargado de documentar quiénes son los sujetos o destinatarios de cartas o conversaciones, en un proceso interesantísimo por lo que respecta a la génesis del Opus Dei. Quisiera rescatar ahora su estructura lingüística y literaria. Una estructura que se apoya en la reiteración de ciertos sintagmas: “me escribes”(43), “me dices”(44),”me preguntas(45)“, “me has dicho”(46).... Prácticamente dos tercios de sus puntos están redactados desde este ángulo(47); puntos que el lector percibe como fragmentos de cartas llenos de vida, retazos de conversaciones que quedaron plasmados por escrito en servicio propio y ajeno, abiertos a la atemporalidad puesto que los problemas que se ponen sobre el tapete son de carácter e interés universales(48). Cito un ejemplo al azar: «‘Ya que el Señor me ayuda con su acostumbrada generosidad, procuraré corresponder con un afinamiento de mis modos’, me dijiste. –Y yo no tuve nada que añadir» (n. 313).
Se trata de esquemas que se repiten una y otra vez, dentro de una fluidez escritural que no cansa al lector, sino que más bien le impulsa a lanzar al vuelo su imaginación para reconstruir la escena elidida. Obviamente la pregunta tiene un sujeto, un tiempo y lugar concretos, pero la respuesta lleva consigo la amplitud suficiente como para que cualquier lector se sienta impelido a hacerla suya, sin importarle la circunstancia inmediata que la generó.
La otra versión es claramente epistolar: “me has escrito” se lee una y otra vez(49) y en algunas ocasiones se copia un fragmento de la carta, para responderla inmediatamente(50). Es la constatación textual de lo que el lector viene intuyendo, que muchos de estos puntos son fragmentos de ese apostolado epistolar tan querido y practicado por el Beato Josemaría, lo que las múltiples biografías escritas tras su muerte han venido confirmando, o los protagonistas reconocieron con su testimonio: «Me has escrito: ‘La sencillez es como la sal de la perfección. Y es lo que a mí me falta. Quiero lograrla, con la ayuda de Él y de usted’.
—Ni la de Él ni la mía te faltará. —Pon los medios» (n. 305)(51).
En ocasiones, las marcas textuales son dobles, como corresponde al doble vaivén de pregunta y respuesta: “te diré” (nn. 108, 134…), “te entiendo” (n. 106), “te tranquilizaré”(n. 53...), “te escribí” (n. 314), “me gusta que vivas” (n. 112), “te quiero feliz” (n.217...), “me has hecho reír” (n. 111...)... Y es que el tú presupone un yo que va construyendo por delante una sólida relación con el Señor, cuyos retazos también quedan grabados en el texto. Es la lucha de un hombre que, en su humildad, se reconoce como instrumento inepto en las manos de Dios y, a pesar de ello, elegido para poner en marcha la Obra.
Se ha dicho del libro que tiene un estilo apelativo que lleva al lector a sentirse implicado. Y es verdad. Precisamente porque –como se le advierte en el prólogo– pretende removerle... «para que se alce algún pensamiento que te hiera: y así mejores tu vida y te metas por caminos de oración y de Amor. Y acabes por ser alma de criterio».
Es decir, nunca le engaña, desde el prólogo apela a una respuesta, fruto de ese encuentro único e irrepetible con lo divino. A nivel formal esto deja sus marcas en el texto. Muchos puntos se abren con una interrogación retórica, como forma de responder al diálogo o a la pregunta epistolar previa. Ni qué decir tiene que a través del cuestionamiento se están desvelando perspectivas inusitadas a cualquier hombre de buena voluntad(52). Recojo algunos ejemplos muy sabrosos: «¿Por qué no te entregas a Dios, de una vez..., de verdad..., ahora?» (n. 902).
«¿Qué cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. –Enamórate, y no “le” dejarás» (n. 999).
Ese esquema puede aplicarse a otra serie de epígrafes del libro que, partiendo de frases personalizadas, se abren a lo universal. El molde formal se enriquece ahora por la misma pluralidad de la vida. Eso supone que los puntos que claramente contienen dos partes, alternan distintas posibilidades: bien culminan la apreciación sobre la vida del tú con una pregunta que inquiete(53), o una afirmación universal(54): «Te duelen las faltas de caridad del prójimo para ti. ¿Cuánto dolerán a Dios tus faltas de caridad –de Amor– para Él?» (n. 441);
o bien parten de una afirmación general que, tal vez, podría responder a una pregunta que el texto ha elidido(55). Son muy abundantes los textos estructurados así, lo que habla una vez más de la importancia del carácter apelativo como eje escondido de Camino;
o, por último, utilizan decididamente el tú para las dos partes, la interrogación y la afirmación, con lo que el oyente/lector se siente mucho más directamente aludido: «¿Por qué ese reparo de verte tu mismo y de hacerte ver por tu Director tal como en realidad eres?
Habrás ganado una gran batalla si pierdes el miedo a darte a conocer» (n. 65).
De cualquier forma, las estructuras literarias son lo de menos(56). Lo que importa es que, partiendo de un caso concreto o de una aparente generalidad fruto de su labor de almas, el autor es capaz de conmover e inquietar lo más auténtico de cada ser humano. Y ponerle en el disparadero de la conversión. Porque de eso se trata.
En consecuencia, las interpelaciones inundarán Camino. Exclamaciones, puntos suspensivos, interrogaciones –como ya se vio(57)–, vocativos con los que se apela al lector: «¡Ánimo! Tú... puedes. –¿Ves lo que hizo la gracia de Dios con aquel Pedro dormilón, negador y cobarde..., con aquel Pablo perseguidor, odiador y pertinaz?» (n. 483).
Los tiempos verbales adquieren especial relevancia en este contexto. A tono con la interpelación proliferarán los imperativos y los subjuntivos de deseo... En cuanto al subjuntivo de deseo en segunda persona del singular, bien sea en presente o en imperfecto, es en realidad la forma verbal predominante. No podría ser de otra manera teniendo en cuenta que se está hablando a un tú al que se desea lo mejor(58): «Comenzar es de todos; perseverar, de santos.
Que tu perseverancia no sea consecuencia ciega del primer impulso, obra de la inercia: que sea una perseverancia reflexiva» (n. 983).
Y por lo que se refiere al imperativo, es el molde propio de las “consideraciones” vertidas al papel con la amable autoridad y el ímpetu apasionado de la mirada iluminada por el Evangelio, de quien ha descubierto el camino que lleva a la felicidad ya en la tierra y quiere compartirlo con sus semejantes, precediéndoles en la orientación cuidadosa para que no se extravíen(59). Indudablemente influye en el tono viril con que se plantea esa ascética positiva y alegre que recorre el libro: «Confía. –Vuelve. –Invoca a la Señora y serás fiel» (n. 514).
Un estilo conciso y directo, abierto a lo universal
Como ya se dijo, los rasgos de la «prosa fuerte y coloquial» del Beato Josemaría han sido bien sintetizados por el editor(60). No obstante, especificaré algún detalle. El lenguaje de Camino es directo, comunicativo, teñido de autenticidad y testimonio. Tal vez por ello utiliza tanto la exclamación, que no es sino el medio gráfico de plasmar la fuerza del sentimiento y la pasión de la voluntad, bien ajenas al frío código de las imposiciones: «¡Qué poco es una vida para ofrecerla a Dios!» (n. 420)(61).
La concisión –que preocupa a su autor hasta el punto de plasmarse en cambios léxicos(62) – es la responsable de su constante “dar en el blanco” y tiene que ver con algunos recursos que se acercan al estilo nominal. Por ejemplo, la enumeración caótica que acelera el ritmo y espolea la capacidad de asociación del lector, como saben bien sus acérrimos partidarios Borges y Neruda: «Comunión, unión, comunicación, confidencia: Palabra, Pan, Amor» (n. 535)(63).
En esta línea caben varios registros, por ejemplo, la anáfora, es decir la repetición sistemática de la primera palabra de una oración capaz de crear una atmósfera envolvente e intensa de cara al lector (64): «Dolor de Amor. –Porque Él es bueno. –Porque es tu Amigo, que dio por ti su Vida. –Porque todo lo bueno que tienes es suyo. –Porque le has ofendido tanto... Porque te ha perdonado... ¡Él!... ¡a ti!.
Llora, hijo mío, de dolor de Amor» (n. 436).
Hay matices, desde el golpear de sinónimos (65), hasta las anáforas estructuradas en un in crescendo conceptual, como aquella que condensa todo un programa de vida: «Sé recio. –Sé viril. –Sé hombre. –Y después... sé ángel» (n. 22)(66).
No cabe duda de que la fuerza del mensaje se apuntala en una forma escueta, muy bien elegida. En este caso no se puede hablar de estilo nominal porque el verbo está ahí... pero la primera parte de muchos puntos –como también la mayoría de las enumeraciones caóticas– sí responden al denominado estilo nominal: «Voluntad. –Energía. –Ejemplo. –Lo que hay que hacer, se hace... Sin vacilar... Sin miramientos»... (n. 11)(67).
Con ese estilo, por último, tienen mucho que ver también los anacolutos, es decir, la costumbre de iniciar la frase con un sustantivo que queda colgado, ya que no va a ser el sujeto de la oración. ¿Su finalidad? Llamar la atención sobre ese asunto... Un escrito tan apelativo tenía que utilizar este recurso para iluminar aquello que quiere grabar a fuego en las mentes y los corazones. Pero además venía exigido por el contexto en que se han generado los puntos de Camino: es como si esa primera palabra, colgada, sintetizara lo que el autor estuvo debatiendo con sus amigos, de palabra o por carta (68): «La Virgen Dolorosa. Cuando la contemples, ve su Corazón: es una Madre con dos hijos frente a frente: Él... y tú» (n. 506).
Ese lenguaje vibrante, conciso y gráfico, teñido de buen humor y con su punta de ironía, está cuajado de metáforas (69) y comparaciones –como bien puntualizó el editor–, pero sobre todo de paradojas porque paradójica es la vida del cristiano: «Paradoja: para vivir hay que morir» –dice el punto 187, lleno de resabios de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz–.
Y ha adquirido un sello a base de usos específicos de ciertos vocablos que van configurando una espiritualidad propia en el fundador del Opus Dei (70). El editor los anota (71) porque irán conformando un corpus expresivo que sus lectores reconocerán: tener “dolor de muelas en el corazón” (n. 166) (72), el “hilillo sutil-cadena de hierro forjado” de las tentaciones (73) (n. 170), el tema de los “siete cerrojos en el corazón” (n. 161), o ese “no olvides que el Dolor es la piedra de toque del Amor” del punto 439, ...”verdadera síntesis de toda su doctrina acerca del Amor de Dios” (p. 587). Sin desdeñar el ...«gaudium cum pace –la alegría y la paz– (que) es fruto seguro y sabroso del abandono» (n. 768) (74).
Camino, el libro de un hombre de Dios
Al paladear la lectura y meditación de los puntos de Camino uno se admira de la fuerza y capacidad de sugerencia de ese clásico que se gestó sin afán de hacer literatura (75), por parte de quien –como recuerda Ibáñez Langlois– ...«poseyó el genio del idioma en forma inocente» (76), permitiéndole esa ...«iluminación de lo universal en lo singular, de lo espiritual en lo sensible, de la idea en la imagen»... (77) tan característicos de su escritura. Pero –añadiría– lo que de verdad singulariza su libro es su capacidad de vislumbrar lo divino en la creación. Y eso tiene que ver con la santidad de un hombre de Dios. Iluminado por el Espíritu Santo, Josemaría Escrivá hizo realidad en su carne el mensaje del Opus Dei. Y lo dejó como legado a todos los hombres.
Notas
(1) Madrid, Rialp, 2002. Citaré en el texto por esta edición, los puntos como tales y las glosas del editor por la página del libro.
(2) Muy sugerentes en este sentido, las glosas a ciertos puntos: el 11, donde entre otras cosas se alude a los fines últimos del Opus Dei dentro de la Iglesia; el 200, que rastrea las dos partes redaccionales claramente diferenciadas; el 731 que establece el correlato entre la génesis y su recepción por parte del autor casi treinta años después; el 691, exhaustivo en su recorrido referencial de la gestación de jaculatorias que el fundador inserta en la tradición de piedad y fe de la Iglesia; el 613, por las raíces bíblicas parafraseadas por el Beato Josemaría y que el editor concreta; el 971, que comenta la génesis de la devoción por los primeros cristianos, modelo del apostolado de la Obra...
(3) Biblia: una buena aportación del editor son las apostillas a las referencias bíblicas del fundador en Camino, indicando por ejemplo cómo ...«la doctrina (del punto 60) se apoya en la imagen bíblica de la casa» (p. 272); o cómo cierto pasaje bíblico (el de la higuera para el punto 354) ... «fue objeto frecuente de predicación por parte del Beato Josemaría» (p. 518). —Padres: a modo de ejemplo, cfr. los puntos 329, 590, 595, 708, 813, 983... Padres o santos son columnas de la espiritualidad eclesial, como San Agustín, el pecador converso que es muy citado. —Siglo de Oro: Las referencias del editor en este sentido son muchísimas, evidentemente porque el texto se presta a ello. Cfr. los puntos 134, 152, 164, 271, 288, 367, 409, 496, 568, 634, 668, 688, 692, 703, 736, 753, 815... Santa Teresa, San Juan de la Cruz son los favoritos de Escrivá, pero también El Quijote, Calderón, Manrique, La Divina Comedia... —Lecturas identificadas: destacan El Decenario al Espíritu Santo, de Francisca Javiera del Valle; El alma de todo apostolado, de Chautard; santa Teresita...
(4) Así, por ejemplo, en el punto 43 el editor anota: «La octavilla correspondiente es la número 8 de la serie Lhz, un conjunto de 25 fichas numeradas en el ángulo inferior derecho, que –algunas con toda seguridad, otras con probabilidad– fueron escritas en la Legación de Honduras»... Y la considera transcripción del cuaderno de Apuntes utilizado entonces y al que se referirá muchas veces por ser la matriz de un gran número de puntos.
(5) Cuestiones a tener en cuenta, lo significativo de las mayúsculas, por ejemplo en la palabra “Amor” en el punto 77: «Eso de sujetarse a un plan de vida, a un horario –me dijiste– ¡es tan monótono! Y te contesté: hay monotonía porque falta Amor». Ejemplos semejantes en los puntos 67, 171, 187, 211, 428... Igualmente se señalan las cursivas (p. 533) o las comillas (puntos 242, 569, 784...), que en alguna ocasión provienen de mayúsculas en las notas del autor (p. 253, 428...). Es habitual hacer notar los trazos finos (414, 447, 962, 990...) o fuertes y decididos de algunos puntos (437, 484, 517, 581, 653, 660, 994...), por cuanto reflejan el estado emocional del autor.
(6) Cfr. los puntos 48, 134, 370 473, 688, 728... Veamos un caso en el punto 134: «Aunque la carne se vista de seda»... el editor señala su sentido espiritual, lo localiza como variante de un refrán –«aunque la mona se vista de seda, mona se queda»– para, a continuación, documentarlo en castellano desde el XVII, en Tirso de Molina. Creo que es un buen ejemplo de cómo se rastrean y glosan los refranes que el fundador usaba habitualmente por su expresividad.
(7) Son especialmente representativos los puntos 158, 325, 555, 701... Términos como “chalao”, “flojedad”... o expresiones como “¡claro, hombre!” identifican esta prosa surgida del día a día y cuyo estilo coloquial alcanza hasta al latín: en el punto 701 el editor señala el cambio del “afferat” de la Vulgata por “afferas” para adecuarlo al coloquialismo.
(8) Cfr. los puntos 149, 164, 701, 728... A veces se trata de un pasaje “ad litteram”; otras de señalar las raíces latinas de un vocablo; por fin y especialmente interesante, de resaltar una expresión habitual del autor de Camino...
(9) Aludido en los puntos 50, 401, 408, 568, 743, 824... Términos como “oliscón”, “beato”, “ocio” , “burgués”, o “pequeñeces” –para diferenciarlas de “cosas pequeñas”, algo tan querido por el fundador– son confrontados con el D.R.A.E. por Pedro Rodríguez, para insistir en la propiedad y exactitud lingüísticas del autor de Camino –lo que también ha señalado Ibañez Langlois–... A veces se descubren neologismos apuntándose incluso la causa: «¡Ánimo! Tú... puedes. –¿Ves lo que hizo la gracia de Dios con aquel Pedro dormilón, negador y cobarde... con aquel Pablo perseguidor, odiador y pertinaz?» (n 483). El editor comenta: «Odiador. Parece ser un neologismo del Autor, no admitido en el DRAE. Entiendo que el Autor construye la palabra, ya en el guión de predicación, en paralelismo fonético con negador y perseguidor» (p. 620).
(10) Cfr. los puntos 54, 401...
(11) Al barajar los textos para la edición de Camino se producen reiteraciones que el autor soluciona a base de pequeños cambios redaccionales en función del punto siguiente o del capítulo. Cfr. 661, 685, 756, 766, 778...
(12) Paradojas: ejemplos en los puntos 218, 274, 414, 615... —Metáforas: señalada por el editor en el punto 112, entre otros; asimismo se resalta la imagen del pecado como estafa en el punto 708, a partir del iluminador comentario de Ibáñez Langlois. —Metonimias: un ejemplo claro en el punto 38. —Oxymoron: el editor elige una en el punto 387, y la glosa desde el comentario de Garrido Gallardo . —Comparaciones: un caso claro en el punto 736... —Paráfrasis: cfr. los puntos 244, 268, 613...
(13) ¡Habría que citar tantos puntos!... Es curioso el 983, cuya génesis intertextual rastrea el editor a partir de dos puntos de la edición de Cuenca, contando cómo en determinado momento el libro amenazó con tener 1.000 puntos y hubo que corregirlo ya en la imprenta...
(14) Aprovecho para decir que el editor detecta variantes y estilos según las distintas etapas por las que va atravesando el autor. Comentarios como «expresión propia de la Legación de Honduras» a propósito del punto 722 lo certifican.
(15) Una estructura semejante presenta la glosa del punto 412.
(16) Madrid, Rialp, 2002.
(17) Cfr. Miguel Ángel GARRIDO GALLARDO, «Literatura espiritual española del siglo XX. Sobre la obra escrita del Beato José María Escrivá de Balaguer», en Homenaje al profesor José Fradejas Lebrero, Madrid, Uned, 1993, vol II, pp. 629-642.
(18) Cfr. François GONDRAND, «Un livre de sentences spirituelles à l´époque contemporaine: Camino de Josemaría Escrivá de Balaguer», en Crisol. Paris X-Nanterre, Publications du Centre de Recherches Ibériques et Latino-Américaines, 1994, 18, pp. 47-57.
(19) Es el caso de Guadalupe Ortiz de Landázuri: «Aspectos literarios de Camino, Surco y Forja».
(20) José Miguel IBÁÑEZ LANGLOIS, Josemaría Escrivá..., op. cit., pp. 10-11.
(21) Ibídem, p. 19.
(22) Ibídem, p. 19.
(23) François GONDRAND, «Les marques»... op. cit., en prensa.
(24) Garrido Gallardo insiste en presentarlo como una colección de máximas, que se somete estilísticamente a las convenciones de escritos semejantes.
(25) Algo que resalta varias veces Ibáñez Langlois en su libro.
(26) La cursiva es del editor, Pedro Rodríguez. Este planteamiento no le impide señalar la distancia, detectada ya en su momento, entre Camino y las tradicionales consideraciones de los libros de meditación.
(27) Como expone Gondrand en su comunicación al citado congreso... «les références à la vie séculière, y compris dans ce que celle-ci à de plus technique, sont naturelles chez Escrivá»..
(28) Sería el caso del punto 453: «¿Murmuras? –Pierdes entonces el buen espíritu y, si no aprendes a callar, cada palabra es un paso que te acerca a la puerta de salida de esa empresa apostólica en la que trabajas». El editor lo contextualiza –junto a los puntos 445 y 449– en la órbita de la caridad cristiana. Y dice: «El Fundador se dirige a fieles del Opus Dei en las notas originales (escritas en 19-III-1933)»... Lo sugiere igualmente para los puntos 960 y 961.
(29) A veces ya no perceptibles hoy al lector medio, como sucede en el punto 528 que, no obstante, el editor contextualiza documentándolo desde su concreción inicial.
(30) El editor apunta como posible génesis del texto una carta del autor a Ricardo Fernández Vallespín –uno de los primeros de la Obra–, lo que avala mi interpretación; si bien él no se fija en el aspecto lingüístico o literario del uso de este sintagma como resto del primer destinatario... Destinatario que sigue presente en algún otro punto, por ejemplo, bajo los pronombres personales nosotros/vosotros, o la referencia al grupo en segunda persona del plural: «Nunca seáis hombres o mujeres de acción larga y oración corta» (n. 937). Cfr. además los puntos 946, 963, 966...
(31) Puntos como el 664 o el 494 actuarían de bisagra: podrían leerse como destinados a los fieles del Opus Dei, pero también a cualquier cristiano. El primero dice así: «No estés triste. Ten una visión más... nuestra –más cristiana– de las cosas». En definitiva, el fiel del Opus Dei no posee otra doctrina que el cristianismo, vivido con intensidad y perfección amorosas. Lo mismo puede aplicarse al 494: «Sé de María y serás nuestro».
(32) Insisto en las consecuencias lingüístico-literarias, pero la ampliación del destinatario –que tiene tanto que ver con la intentio del libro –es algo muy bien visto por el editor: ...«lo que nació para el círculo de amigos, para los jóvenes universitarios del entorno de DYA y de Ferraz –las labores apostólicas que entonces tenía el Opus Dei– ahora, con la edición comercial, lo abre el Autor a lectores de todo tipo. Ésta es, en efecto, su finalidad última: que todos los que se acerquen a C renueven su vida cara a Dios» (p. 170). Y en nota a pie de página Pedro Rodríguez llama la atención sobre la manera de descontextualizar del autor. Cfr. una serie de testimonios del fundador en las pp. 170-173 de la edición.
(33) Algunas referencias al respecto por parte del editor en los puntos 238, 433...
(34) En los tres epígrafes que siguen tomo algunas ideas de mi propia comunicación en el congreso de Roma ya citado, donde desarrollé estas cuestiones bajo el título “Camino”: el molde epistolar al servicio de la literatura religiosa.
(35) Cfr. los puntos 113, 213, 214, 250, 431, 432, 438, 443, 473, 493, 537, 555, 599, 717...
(36) El editor sugiere el mismo uso para el punto 724 –cito sus palabras: «...posiblemente no hay detrás una concreta persona, sino la construcción en diálogo de la experiencia pastoral del Autor sobre la materia, comenzando por su autoexperiencia» (p. 811)–.
(37) En el texto de Camino ese sentimiento cuajará en el uso de posesivos afectivos, así como del dativo ético, es decir, ese pronombre personal me o le que se tiñe de una intensa connotación afectiva. El editor lo comenta al menos en dos momentos. Al hilo del punto 94: «Se ha hecho tan pequeño –ya ves ¡un Niño!– para que te le acerques con confianza», glosa: «para que te le acerques. El te le, sobre todo el dativo le, expresa el profundo contenido afectivo de esta consideración» (p. 303). Y glosando el punto 312, dice: «Quizá es éste el momento de subrayar esta idea apuntada en IntrodGen 10: el empleo de los posesivos afectivos en C (y en toda la obra del Beato Josemaría). Testifican, evidentemente, afecto, ternura, auténtico interés personal por la otra persona. El ¡Jesús te me guarde! de sus cartas, recogido en este punto 312, es prototípico. Vid. también el no te me inquietes de punto 164 y el no te me plantes del punto 858, o el No te me aburgueses de Forja 936» (p. 483). Totalmente de acuerdo con la nota del editor; añadiría usos semejantes en los puntos 137, 354...
(38) Hay bastantes referencias autobiográficas, citadas en este sentido por el editor. Cfr. los puntos 93, 207, 242, 270, 294, 321, 592...
(39) A veces un punto es esencialmente dialógico en su estructura: sería el caso del 242 que combina la primera persona para lo autobiográfico, que va entre comillas, con la segunda, despersonalizadora: «Lo que debo a Dios, por cristiano: mi falta de correspondencia, ante esa deuda, me ha hecho llorar de dolor: de dolor de Amor. ¡Mea culpa! –Bueno es que vayas reconociendo tus deudas; pero no olvides cómo se pagan: con lágrimas... y con obras».
(40) Como Gondrand ha estudiado, hay múltiples ejemplos de estos “consejos”, en gran medida también experiencia del fundador, que ejercita así la dirección espiritual. Cfr. los puntos 54, 56, 66, 69, 74, 114, 118, 119, 133, 155, 192, 315, 418, 575, 889, 949, 951...
(41) Otro ejemplo, el ...«nos privamos de los hijos pasa a ser muchos se privan de ellos» –dice el editor comentando el punto 779 y justificando el cambio por la ampliación del círculo de lectores–. Cfr. también: alma, en vez de hombre en el punto 164; el yo en vez de el yo del socio en el 780...
(42) Cfr. en la misma línea el punto 581...
(43) El editor cita este recurso al menos en los puntos 91, 124, 255, 305, 384, 622, 651... advirtiendo en el 384, por ejemplo, los cambios que el texto sufrirá para convertirse en un punto de Camino a partir de la carta de un residente de Ferraz... Incluso ha documentado el primer punto con base epistolar: el 39.
(44) Cfr. los números 77, 274, 316, 529...
(45) Cfr. igualmente los epígrafes 277, 926...
(46) Muy abundantes, cfr. los puntos 110, 125, 357, 376, 931, 964...
(47) Hasta el extremo de que –según Gondrand en la comunicación varias veces citada– 152 puntos llevan las marcas del diálogo, lo que supone casi un 16% del libro.
(48) Cfr. los puntos 9, 184, 188, 189, 537, 884, 895, 994, 995...
(49) Cfr. los puntos 91, 106, 124, 166, 308, 466, 911, 928, 976...
(50) Es el caso de los puntos 113, 168, 547, 977...
(51) Un punto especialmente curioso por el juego que le permite al editor en su glosa: rastrea el contexto histórico y lo que hay detrás de la carta que da lugar al punto descubriendo que ...«es un caso único, me parece, dentro del libro: un punto que surge de la conversación epistolar sobre otro»... (p. 477).
(52) Es uno de los recursos más reiterados. Cfr. los puntos 38, 42, 45, 46, 52, 105, 107, 202, 216, 224, 270, 368, 374, 566, 600, 896, 920, 929, 980...
(53) Cfr. entre otros los puntos 18, 146, 441, 881...
(54) Cfr. asimismo los puntos 59, 90, 93, 102, 154, 895...
(55) Cfr. también los puntos 8, 29, 36, 60, 88, 122, 143, 170, 299...
(56) Gondrand afirma que la interrogación alcanza en Camino entre un 22 y un 26%.
(57) Pero que también irrumpen para variar la primera redacción de un punto, por ejemplo, el 685: «El vendaval de la persecución es bueno. —¿Qué se pierde?»... El editor comenta con sagacidad: «Interesante notar un cambio redaccional. Tanto en el Cuaderno como en el fascículo a velógrafo de 1932 –es decir, en las capas más primitivas de la historia del texto– el Autor contempla el vendaval de la persecución –parece– afectando directamente a las personas que se pierden. El texto impreso, en cambio –lo mismo la edición de Cuenca que C– plantea un interrogante general y objetivo: ¿qué se pierde?». Habría que añadir que, desde la órbita de la interpelación elegida por el autor en función de ese destinatario bien amplio, el cambio es obligado. Y así el punto, en su morfología actual, se equipara al 927, como sugiere el editor.
(58) Habría que citar casi la mitad del libro, lo cual no parece oportuno. Aun así pueden observarse algunos ejemplos en los puntos 19, 59, 64, 99, 100, 116, 442, 444, 487, 488...
(59) De nuevo, se trata de una forma verbal tan usada en el texto que es inimaginable recogerla en su totalidad. Subrayo los puntos 5, 12, 55, 57, 72, 90, 101, 130, 162, 174, 179, 182, 191, 249, 288, 359, 916...
(60) En la recta final del apartado cuarto de la introducción general, donde se recogen con precisión las aportaciones de los críticos: cfr. especialmente las páginas 162 y 164-166.
(61) Es muy abundante y suele aparecer cuando aflora el yo del autor aún escondido tras una formulación impersonal. Cfr. los puntos 223, 312, 317, 328, 330, 417, 450...
(62) Cfr. al respecto: maestro, en vez de patrono en el 560; razones, frente a razones humanas en el punto 798; la simiente, en vez de toda la simiente en el punto 794 y tal vez para hacerlo más bíblico...
(63) La enumeración caótica es bastante habitual en Camino: cfr. los puntos 24, 58, 232, 677, 898, 973, 997...
(64) Pueden destacarse ejemplos de los puntos 19, 62, 300, 331, 474, 683, 941...
(65) Cfr. los puntos 49, 348...
(66) En la misma línea, el punto 941...
(67) Otros casos en los puntos 87, 235, 535, 997...
(68) Cfr. los puntos 265, 301, 302, 339, 467, 489, 490, 533, 556, 557...
(69) Cfr. los puntos 247, 248, 599...
(70) Una vez más, hay cambios léxicos que se entienden desde este universo de doctrina en que va fraguando el Opus Dei, por ejemplo, el uso de mulo en vez de burro –al que tenía gran cariño– en el punto 677; o el de cosas mundanas en vez de cosas pequeñas –ya que este último sintagma encubre un contenido teológico propio y querido por el fundador– en el 790.
(71) Me parece muy significativo cómo a partir de un vocablo, por ejemplo, el “llagado” del punto 58, Pedro Rodríguez consigue reconstruir el contexto y perfilar la religiosidad del autor de Camino.
(72) Expresión documentada por el editor como del poeta Heine, pero tal vez tomada a través de Ortega (p. 356). Lo que importa es que adquiere una nueva dimensión en Camino y Escrivá.
(73) En este caso, el editor no olvida citar las raíces –Juan de la Cruz y San Agustín– de tal uso.
(74) El editor recuerda “la matriz paulina” y cómo ...«tomada de la oración litúrgica, era una de las más habituales en labios del Autor» (p. 848).
(75) Resulta asombroso cómo de dos cartas sale un punto –es el caso del 720. Cabría preguntarse ¿por qué se elige lo que se elige?
(76) José Miguel IBÁÑEZ LANGLOIS: Josemaría Escrivá..., op. cit., p. 16.
(77) Ibídem, p. 116.