Menú
Han escrito sobre Camino
Realismo y personalismo en Camino
Manuel Ureña Pastor. Realismo y personalismo en Camino

Yo quiero, en primer lugar –porque tengo 15 minutos como todos los ponentes hasta ahora– agradecer la invitación tan cordial que me ha dirigido la Prelatura del Opus Dei, concretamente a través de su Vicario en Valencia, Dr. Pablo Cabellos, aquí presente, a pronunciar estas palabras con ocasión de la edición critica de Camino. Y, en segundo lugar, agradecer esta espléndida edición que Don Pedro Rodríguez, al que siempre he tenido como lo que ha sido, un gran maestro mío –aunque no le he escuchado en las aulas–, y después llegamos a ser también amigos; y ahora es casi –y sin casi– feligrés mío. Porque Don Pedro Rodríguez, el editor crítico de Camino, nació en la gran ciudad de Cartagena. En esa maravillosa y extraordinaria ciudad, de la región de Murcia, ante la cual el Señor y la Iglesia me han puesto como pastor. Y debo decir que, al mismo tiempo que él se honra de ser de Cartagena, Cartagena también se honra de tener como hijo a tan gran hombre. Y lo digo de corazón, la madre y el hijo van al unísono en este caso.

Camino es un libro realmente poliédrico. Lo han señalado de algún modo, tanto la Prof. Caballero, que acaba de intervenir, como también el Catedrático de la Sorbona Prof. Guerra. Es un libro poliédrico; por tanto, cuando se me pide que individúe, digamos de algún modo, individualice las características teológicas, o los aspectos teológicos de Camino, les tengo que decir que no es empresa fácil. Camino es un libro que tantos y tantos jóvenes –y no jóvenes– leímos en mis tiempos de seminario: en los años sesenta, setenta. Camino es un libro que yo conocí en mi momento, y que después durante mucho tiempo no leí, pero que ahora he vuelto a leer. Es un libro que, cuando pasa el tiempo y se ha cubierto de polvo y después de muchos años se vuelve a leer (éste ha sido mi caso, por ejemplo), Camino impacta profundamente. Y su mensaje es un mensaje eterno, pero no es fácil la tarea que se me pide porque es –insisto– eminentemente poliédrico. Sin embargo para un filósofo y para un teólogo hay algunas características que a lo largo de esos 999 puntos van individuándose y van viéndose claras. A algunas de ellas quiero referirme en mi intervención.

En primer lugar, llama poderosamente la atención la perfecta estructura católica del pensamiento de Josemaría Escrivá. Hay, en efecto, una estructura católica en su pensamiento. Impresiona al lector teólogo, o filósofo, la antropología realista, que subyace en cada uno de los puntos de Camino. Una antropología que contrasta abiertamente con la gran cantidad de antropologías que han surgido a lo largo del siglo XX, y que no están precisamente caracterizadas por el realismo. El siglo XX ha sido un siglo donde han pululado y han florecido un tipo de antropologías, que podríamos calificar de nihilistas, que bajo ningún aspecto pueden fundar la revelación cristiana y constituirse en la base de la visión cristiana de la realidad. Han pululado también las antropologías naturalistas. Sin embargo, en el caso de Camino y de toda la producción literaria del Beato Josemaría, hay siempre esa antropología realista, que, como posteriormente dirá el Concilio Vaticano II en la Gaudium Spes, es una antropología que tiene que acentuar, a la vez, la autonomía del hombre y la heteronomía del hombre.

Una antropología solamente es objetiva cuando da razón, simultáneamente, de la constitutiva autonomía del hombre y de la también constitutiva heteronomía que le es propia. El hombre es un ser autónomo porque es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, en el cual Dios esculpió su propia imagen, y por tanto fue creado el hombre por Dios inteligente y libre, que son las notas constitutivas de la naturaleza humana. Inteligente, porque a través de la inteligencia conoce la verdad; y libre, que es lo que hace que el hombre sea dueño de sí y lo que hace que, conocida la verdad, pueda decantarse a favor de la verdad. Porque no está encadenado a priori por una serie de mecanismos psicofísicos, que esclavizarían al hombre e impedirían que el hombre buscase la verdad y se religase a ella. En eso consiste la autonomía del hombre. Por eso Escrivá, en sus “pensamientos”, incita constantemente al hombre a que se conozca a sí mismo, a que cobre conciencia de su autonomía. «Tú puedes, adelante». Es impresionante ese apartado de los primeros puntos sobre el carácter, que no es lo mismo que temperamento; el temperamento es el peso natural del hombre. El carácter es lo que el hombre hace consigo mismo, a partir de lo que le es dado. El hombre no sólo es lo dado, sino lo que tiene que hacer de sí mismo a partir de lo dado. Bajo ningún aspecto aparece aquí un amago de interpretación del hombre como una naturaleza, digamos, rota, resquebrajada. El nihilismo nunca aparece, y el nihilismo es un fantasma que estaba en el Occidente, en el mundo en el momento en que aparece Camino. Pensemos que Camino aparece en los tiempos en que Heidegger publica Ser y tiempo, son los tiempos del periodo de entreguerras en Europa, caracterizado por el nihilismo. Como todos sabemos, es el tiempo de Kafka, de Albert Camus, de Heidegger, de Sartre, de Jaspers, de todo el existencialismo, que propende a interpretar al hombre, secularizando el protestantismo, como un ser caído, como un ser para la muerte, como un ser arrojado al mundo. Aquí, en Camino, no, aquí se da cuenta de la autonomía del hombre.

Ahora bien, esa autonomía del hombre que Josemaría Escrivá realiza desde una concepción cristiana del hombre, va siempre acompañada de una radical heteronomía. Si bien es cierto que el hombre es autónomo, sin embargo sólo con su autonomía no va a ninguna parte. Y ello es así porque no es absoluta la autonomía del hombre, es una autonomía relativa. Por tanto, solamente en la apertura a Dios, en dejarse interpelar e increpar por Dios, acogiendo a Dios que se acerca a su vida a través de Cristo, mediante la acción del Espíritu Santo, el hombre se logra plenamente a sí mismo. El hombre no es, por tanto, ni autónomo, ni heterónomo, es autónomo y heterónomo a la vez. Ésa es una característica peculiar de Camino: ese equilibrio, esa estructura católica fundamental que atraviesa toda la obra. El hombre de que nos habla y a quien habla Josemaría Escrivá aparece como dotado de autonomía, y al mismo tiempo como atravesado por una radical y absoluta heteronomía. El hombre por sí mismo no puede nada, pero por la gracia lo puede todo. Y lo puede porque el hombre por el pecado no quedó corrompido, no experimentó una mutatio substantialis. No; simplemente quedó herido, cambiado en peor. Pero su naturaleza es capaz con la gracia de Dios de recibir a Cristo.

Pasemos a la segunda característica, de la que podríamos hablar mucho tiempo, pero tengo un cuarto de hora y quiero ser exquisitamente escrupuloso y respetuoso con el tiempo que se me ha otorgado. La segunda característica, muy importante, es la concepción actualista del ser humano, que es fruto de una antropología de sesgo marcadamente personalista. Juan Pablo II, en la encíclica Veritatis Splendor (esa encíclica que levantó tanta polvareda en el año 1993), nos dice que, precisamente porque la persona humana es acto, precisamente por eso, la fuente de la moralidad está no solo en la intención, sino también en el acto. En el acto es donde se libra la lucha del hombre entre el bien y el mal, en el acto se dirime el problema, el tema, de la salvación del hombre. Los actos humanos, que son expresión de la persona humana, del ser del hombre mismo, los actos humanos son la expresión, la manifestación al exterior de ese ser autónomo y, simultáneamente, indigentemente necesitado, que es el hombre. Es en el acto, no sólo en la intención, donde se libra la batalla humana. Esa intuición es la que está en la base de otra intuición muy peculiar, muy genuina, muy característica de la espiritualidad del Opus Dei: la santificación de la vida a través de los actos de la vida diaria, de los actos ordinarios. Ésa es una característica muy peculiar: el acto como fuente de moralidad. Es en el acto en donde el hombre se realiza a sí mismo, se perfecciona a sí mismo. Es Dios el que saliendo al encuentro del hombre en su actuar, sorprendiendo al hombre en su actuar, actúa en el hombre que actúa, en los actos del hombre, santificándolos, convirtiéndolos en fuente de salvación.

Ésos son dos aspectos que llaman poderosamente la atención a un filósofo y a un teólogo cuando lee Camino. En primer lugar, resumo, la estructura católica, escrupulosamente católica, del pensamiento, que capta el ser del hombre con un realismo extraordinario, captando a la vez su autonomía y su heteronomía. Y, en segundo lugar, esa concepción personalista del hombre, el hombre entendido como persona, como acto; es en el acto del hombre, en el actuar diario del hombre, donde la persona realiza la batalla y la lucha en orden a la conquista de sí mismo. Naturalmente, un actuar que ha de estar informado por la revelación de Dios, un actuar que tiene que estar informado por la gracia de Dios, por la misericordia de Dios, por la revelación de Dios, para que ese actuar llegue a ser un actuar salvífico. Son dos notas que pienso que nos dan a conocer dos aspectos teológicos de Camino de gran importancia. Yo no me extiendo más, gracias.