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Capítulo
Punto 528
Santa Misa · Punto 528

Una característica
muy importante
del varón apostólico
es amar la Misa.

 

Comentario

 

San Josemaría comienza este capítulo 23 con uno de los tres puntos procedentes del impreso de Cuenca, en el que afirma la importancia de la Santa Misa –en concreto del amor a la Misa– en la vida ordinaria de un cristiano con vibración apostólica.

Ya en abril de 1932 había escrito en su Cuaderno la doctrina de este punto en forma de plegaria a Dios:

«Señor: que todos tus hijos, especialmente los sacerdotes, amen la Misa» [1].

San Josemaría en Pamplona. 1967

Sin embargo no es esta oración la matriz inmediata del punto. De serlo, hubiera estado el punto en Consideraciones Espirituales de 1932 y no, como de hecho está, en Consideraciones Espirituales de 1933. Redaccionalmente parece claro que San Josemaría partió de esa anotación, que encontramos muy avanzado el Cuaderno VI (nº 913) y dice así:

«Día 25 de enero de 1933: La característica, una característica muy importante del socio Sac., es amar la Misa».

El origen redaccional del texto tiene su interés. La nueva nota está redactada pensando en los sacerdotes del Opus Dei, pero no es una «consideración» autónoma sino una reflexión que reafirma lo que escribió en el Cuaderno anterior, ahora aplicado a los sacerdotes con ocasión de narrar una hermosa anécdota, que es propiamente lo que quiere relatar. El texto, en efecto, continúa:

«Nada me extrañó [lo] que, hace unos días, me decía una religiosa: ¡qué santo era el Sr. Somoano! [2]

¿Le trató Vd. mucho?, le pregunté.

No –me dijo–, pero le oí una vez decir la Misa» [3].

Al releer su Cuaderno para preparar el segundo bloque de cuartillas a velógrafo, San Josemaría se encuentra con el texto transcrito y decide incorporarlo. Con la modificación restituye la doctrina del texto a su origen redaccional [4]. Finalmente, en el borrador del impreso de Cuenca hace una transformación semejante a otras muchas del libro, para que la «tesis» aparezca en toda su universalidad.

También en este capítulo, como en otros, y en general en todo el libro, San Josemaría presupone en el lector la fundamental catequesis católica acerca de la Celebración eucarística. Ni una palabra en el texto sobre lo que es la Santa Misa. Esto, como digo, se presupone: la Misa se entiende en Camino como «el Sacrificio Santísimo del Altar», según se lee en el p/530 [5]. Pero esto, «doctrinalmente», se da por sabido.

San Josemaría va a que se haga vida la doctrina. Doctrina y vida eucarística en las que, por otra parte, profundizaba con el estudio y la oración, como hemos visto al comentar el p/517.

Para mí lo notable de este capítulo es la fuerte conexión que San Josemaría Escrivá muestra tener, ya en los años 30, con importantes dimensiones del Movimiento litúrgico europeo. Pienso, sobre todo, en la convicción «mistagógica» del Fundador del Opus Dei, subyacente a todo el capítulo: es la celebración misma de la Eucaristía –los ritos de la Misa, celebrados y vividos con profundidad– la más elocuente catequesis del misterio eucarístico. También por esto la Misa es algo esencial ¡para los fieles!

Hay dolor detrás de esta anotación de octubre de 1938:

«¡Catedral de Burgos! Mucho clero: el arzobispo, el cabildo de canónigos, los beneficiados, cantores, sirvientes y monagos... Magníficos ornamentos: sedas, oro, plata, piedras preciosas, encajes y terciopelos... Música, voces, arte... Y... ¡sin pueblo! Cultos espléndidos, sin pueblo. Catedral de Burgos» [6].

Ese amor a la Misa de que se habla en este punto es efecto y causa a la vez de lo que el Autor, en una ficha contemporánea a estas «gaiticas», llama «asistencia consciente a la Santa Misa», que explica así:

«El cristiano que se aísla en una piedad privada, no participa como conviene de la corriente santificadora de la Iglesia (vid y sarmientos). El sacrificio es ofrecido a Dios juntamente por el sacerdote y los fieles […]. Los fieles son oferentes y ofrendas al mismo tiempo: ofrecen a Dios el sacrificio de Cristo, y se ofrecen con Cristo, de modo que es el sacrificio de Cristo y de todos» [7].

Todo esto arranca ya del punto de cierre del cap anterior y se prolonga especialmente en los p/529, 530 y 543.



[1] Cuaderno V, nº 705, 22-IV-1932.

[2] José María Somoano, muerto seis meses antes en olor de santidad, sacerdote del que ya se ha hablado en com/387. Vid José Miguel Cejas, José María Somoano y los comienzos del Opus Dei, Rialp, Madrid 1995.

Tumba de José María Somoano
en Arriondas, Asturias

 

[3]Leer Forja, 645, que recoge este texto de los Cuadernos.

[4] Leer el comentario al punto 19 nt 77.

[5] Por esas fechas, su esquema de predicación a sacerdotes sobre la Misa era éste: «Hoc facite in meam commemorationem (Luc. XXII, 19). El más propio oficio del Sacerdote es ofrecer el sacrificio: omnis namque pontifex ex hominibus assumptus, pro hominibus constituitur in his, quae sunt ad Deum, ut offerat dona et sacrificia pro peccatis (Heb. V, 1). —Ordenación: accipe potestatem offerendi sacrificia Missasque celebrandi pro vivis et mortuis, in nomine Domini. —La Misa, sacrificio del N. T.: Representación de todos los misterios de Xto., tan viva y perfecta, que se renuevan y vuelven a efectuar misteriosamente en ella: Sólo Xto. es Sumo y principal Sacerdote del N. T.: los demás, que tenemos ese nombre y oficio, no somos sucesores de Xto., ni ejercitamos el sacerdocio en nuestro nombre, sino como instrumentos y ministros suyos» (Ejercicios Espirituales, Meditación «Nuestra Misa», Vergara 9-IX-1938; guión sin numerar, subrayados del Autor).

[6] Apuntes íntimos, nº 1590, 26-X-1938.

[7] AGP, sec A, leg 50-4, carp 5, exp 4, ficha 35.