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Capítulo
Punto 301
Más de vida interior · Punto 301

 Un secreto.
—Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.

—Dios quiere
un puñado de hombres «suyos» en cada actividad humana.

—Después... «pax Christi in regno Christi» —la paz de Cristo en el reino de Cristo.
 

Comentario

Todo este capítulo es de nueva creación por parte de San Josemaría durante su estancia en Burgos. La expresión «más de vida interior» significa, ya desde el principio, una insistencia en la correspondencia a la gracia –santidad– de aquellos que han tomado conciencia de la llamada de Dios.

La doctrina de la santidad, que ha centrado el capítulo anterior, no es una idea atemporal, sino encarnada en el tiempo; y en concreto, es la idea determinante de la solución de las «crisis mundiales». La idea, de una manera u otra, estaba presente en el fondo de toda la predicación de San Josemaría Escrivá.

En las meditaciones que predicó San Josemaría en 193, durante su estancia como refugiado en la Legación de Honduras en Madrid, encontramos ya casi acuñada la fórmula:

«Si en cada nación hubiera un grupo de padres de familia santos, de médicos santos, de arquitectos santos, de obreros santos, estarían resueltos todos los problemas» [1].

«Basta un puñadito de sal para sazonar la comida de muchos. Para conferir un nuevo sabor al mundo serán necesarios relativamente pocos; pero esos pocos, obedeciendo a la Voluntad de Dios, habrán de ser, efectivamente, sal que cura y que sazona [...] Si ejercemos nuestro apostolado, entonces cambiará el aspecto del mundo y, a este desorden y a estas miserias, sucederá la paz y la felicidad cristianas. Entonces, se extenderá la paz» [2].

Al comenzar este capítulo de este modo, San Josemaría descalifica toda concepción de la vida cristiana entendida como intimismo alejado de las «crisis mundiales» y pone en cambio la «vida interior» en estricta e interna relación con la «actividad humana», con los problemas de la sociedad humana.

La cuestión de la paz, de la paz profunda en la sociedad, a la que tanto pueden contribuir las conferencias y congresos internacionales, aparece así dependiendo radicalmente de la entrega real a Jesucristo, de la santidad de unos hombres y mujeres concretos [3].

Pío XI: «Pax Christi in regno Christi»

«Pax Christi in regno Christi». Esta expresión del Papa Pío XI, que era el Sumo Pontífice entonces, era muy conocida y citada durante aquellos años.

Esa excpresión condensaba el programa del Pontificado de aquel Papa; un programa que describió detenidamente en su primera encíclica (1922):

«Cuando el Papa Pío X se esforzaba por restaurar todas las cosas en Cristo, como por una inspiración divina, preparaba ya esta gran obra del restablecimiento de la paz, que había de ser el programa de Benedicto XV.

Por lo que a Nos toca, insistiendo en la tarea que nuestros dos predecesores se propusieron, todos nuestros esfuerzos se concentran en realizar la paz de Cristo en el reino de Cristo, plenamente confiados en la gracia de Dios, que, al llamarnos al Supremo Pontificado, nos ha prometido su permanente asistencia» [4].

La encíclica había suscitado o reavivado numerosas iniciativas católicas en el terreno social y organizativo al servicio de una paz auténtica en los corazones y en la sociedad.

San Josemaría Escrivá va a la raíz del problema, más allá de toda coyuntura social y política y de toda forma de organización católica. Considera la paz como el resultado de la presencia de hombres y mujeres de Dios –santos– en todas las actividades humanas; es la paz de Cristo, que brota desde dentro de la actividad humana.

El Autor de Camino escribió este punto en Burgos, pero, por decirlo así, su «teología de la paz» hay que ponerla en estrecha relación con una locutio divina que había tenido cinco antes, y que quedó grabada para siempre en su alma.

Esa locución tuvo lugar el 7-VIII-1931. San Josemaría relató esa intervención de Dios en su vida, en un apunte que fechó el mismo 7 de agosto, en el que la diócesis de Madrid-Alcalá celebraba la fiesta de la Transfiguración del Señor [5].

Aludía San Josemaría, con agradecimiento a Dios, al profundo cambio interior que se había obrado en su alma desde que llegó a Madrid en 1927. Y a continuación, refiriéndose a la celebración de la Santa Misa de ese día, escribía:

«Creo que renové el propósito de dirigir mi vida entera al cumplimiento de la Voluntad divina: la Obra de Dios. (Propósito que, en este instante, renuevo también con toda mi alma).

Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme –acababa de hacer in mente la ofrenda al Amor misericordioso–, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Ioh 12, 32).

Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ne timeas!, soy Yo. Y comprendí que serían los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas» [6].

San Josemaría Escrivá vivió esta experiencia sobrenatural, y así lo explicó numerosas veces, dentro de un horizonte claramente fundacional; es decir, en estricta relación con el espíritu de la Obra que el Señor le había confiado [7].

Por esa razón no es de extrañar que la teología de esa tractio divina que Cristo ejerce en su «exaltación» tuviera un fuerte impacto en muchos de sus textos posteriores. Son pasajes que muestran cómo aquella experiencia caló hondo y configuró su concepción de la existencia cristiana. Uno de ellos, que tiene carácter central en el decurso de Camino es el punto que ahora comentamos: la tractio divina genera el reinado de Cristo y la paz propia de ese reino a través de la santidad personal de hombres y mujeres «suyos» (de Cristo).



[1] Predicación de San Josemaría en la Legación de Honduras en Madrid, «La gloria de Dios», 6-IV-1937, pg 23; I.

[2] Predicación de San Josemaría en la Legación de Honduras en Madrid, «Non serviam!», 28-VIII-1937, pg 261; XLIII.

[3] El Papa Juan Pablo II, en una Audiencia del año 1993, citaba este punto de Camino y agregaba a continuación :

«¡Cuanta fuerza tiene esta doctrina ante la labor ardua y, al mismo tiempo, atractiva de la nueva evangelización, a la que toda la Iglesia está llamada!»

(Juan Pablo II, Alocución, 14-X-1993; Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Librería Editrice Vaticana, XVI,2 [1993] 1015). Un detenido comentario a este punto de Camino puede verse en Álvaro del Portillo, «A modo de conclusión del Simposio», en Santidad y mundo, 1996, pgs 280-284.

[4] Pío XI, Enc Ubi arcano, sobre la paz de Cristo en el reino de Cristo, de 23-XII-1922, n 20. El Papa había vuelto sobre el tema en la Encíclica Quas primas, sobre la fiesta de Cristo Rey, de 11-XII-1925, n 1.

La institución de esta fiesta debía mantener vivo e impulsar el ideal de «la paz de Cristo en el reino de Cristo» que el Papa tenía en su Pontificado. En la Encíclica Divini Redemptoris, sobre el comunismo ateo, de 19-III-1937, n 81, el Papa se propone «apresurar la paz de Cristo en el reino de Cristo, por todos tan deseada».

A Pío XII le tocó comprobar en su primera encíclica, después del estallido de la segunda guerra mundial, cómo humanamente se venía abajo el ideal de su predecesor:

«En medio de este mundo, que hoy ofrece un contraste tan estridente con la paz de Cristo en el reino de Cristo, la Iglesia y sus fieles atraviesan años de prueba»

(Enc Summi Pontificatus, sobre las necesidades de la hora presente, de 20-X-1939, n 36).

[5] El día 6, en el que la Iglesia Universal celebra la Transfiguración, estaba dedicado a los Santos Justo y Pastor, Patronos de la diócesis.

[6] Apuntes íntimos, nº 217.

[7] Estudios sobre el tema: Lucas F. Mateo-Seco, «Sapientia Crucis. El misterio de la Cruz en los escritos de Josemaría Escrivá de Balaguer», en Scripta Theologica 24 (1992) 419-438 y Pedro Rodriguez, «La 'exaltación' de Cristo en la Cruz. Juan 12, 32 en la experiencia espiritual del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer», en Biblia, exégesis y cultura, 1994, pgs 573-601; una primera fase de esta investigación puede consultarse en Romana, Bollettino della Prelatura della Santa Croce e Opus Dei, 7 (1991) pgs 331-352; A. Aranda, ‘El bullir de la sangre de Cristo’, 2000, pgs 255-278.