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Capítulo
Punto 151
Corazón · Punto 151

 Desasimiento.

—¡Cómo cuesta!... ¡Quién me diera
no tener más atadura que tres clavos
ni más sensación
en mi carne
que la Cruz!

Comentario

Parece un texto que se forja en aquella «noche del espíritu» por la que atravesó San Josemaría cuando estaba refugiado en la Legación de Honduras de Madrid; en concreto, durante el mes de mayo de 1937; punto que hay que poner en íntima relación con el punto 95 (vid). En su Cuaderno, con fecha domingo 9-V-1937, se lee:

«He sufrido esta noche horriblemente. Menos mal, que pude desahogarme, a la una y media o las dos de la mañana con el religioso que hay en el refugio [1].

He pedido, muchas veces, con muchas lágrimas, morir pronto en la gracia del Señor. Es cobardía: este sufrir como cuando más, creo que no es otra cosa sino consecuencia de mi ofrecimiento de víctima al Amor Misericordioso [2].

Morir –oraba–, porque desde arriba podré ayudar, y aquí abajo soy obstáculo y temo por mi salvación. En fin: de otra parte, entiendo que Jesús quiere que viva, sufriendo, y trabaje. Igual da. Fiat. –Ayer por la tarde avisó Isi que está R. [3]: vendrán hoy» [4].

San Josemaría en la Legación de Honduras

«Creo que pocas veces he sufrido tanto como ahora», había escrito el día anterior en el texto que da base al punto 95. Álvaro del Portillo, que acompañaba a San Josemaríaen la Legación de Honduras, anotando este pasaje de Apuntes íntimos ha comentado en estos términos aquella «noche», a la que califica de «purgación pasiva»:

«En este número y en el anterior [5] nuestro Padre describe el estado de su alma: que pocas veces ha sufrido tanto como esos días, que tuvo que desahogarse –de madrugada– con el religioso con el que se confesaba el tiempo en que estuvo refugiado en esa Legación, e, incluso, que ha pedido morir en la gracia del Señor, pues teme por su salvación.

Después, durante su estancia en Burgos, nuestro Padre pasó otra temporada parecida (cfr nn. 1567, 1569 y 1589). Quiero señalar que quienes convivíamos con él –¡las veinticuatro horas del día!, pues estábamos encerrados en pocos metros cuadrados muchas personas– no nos dimos cuenta, en absoluto, de su estado interior.

Al contrario: mientras la mayoría de los refugiados tenían los nervios rotos, y saltaban ante el más pequeño estímulo, nuestro Padre, con su trato, nos llenó de serenidad, de paz, de optimismo y de visión sobrenatural.

Realmente –como también sucedió en Burgos–, si no lo hubiese escrito no lo habríamos sabido. Pienso que este estado interior se debía a una purgación pasiva muy fuerte: una prueba que el Señor le envió para purificarle y hacerle madurar aún más en su vida espiritual, tan rica –como se desprende también de la lectura de estos Apuntes–, quitándole todo tipo de consuelos humanos y dejándole en un estado de gran aridez: 'no se me ocurre nada: estoy entontecido', escribe el Padre.

Prueba de que se trataba de un don de Dios, que le purificaba y le acercaba más a El, libre de cualquier atadura humana, pienso que es la paz, la alegría y el sentido sobrenatural que desbordaban de su persona y nos contagiaban: nuestro Padre hacía que aprovechásemos esas circunstancias para acercarnos más a Dios, para profundizar en nuestra vida espiritual –‘crecer para adentro’–, hasta el punto de que –como ya he dicho– no podíamos ni imaginarnos las dificultades que atravesaba en su vida interior» [6].

Como vemos, la dura purificación pasiva continuaba al año siguiente en Burgos. De ella sólo sabemos lo que el propio San Josemaría dejó anotado en sus Apuntes:

«Hoy ha venido D. Antonio Rodilla. ¡Qué buen amigo es! Le he dado cuenta de mi alma: desnudez de virtudes, un montón de miserias: no hago oración vocal, apenas: creo que no la hago mental: desorden [7].

No sufro la oración vocal: hasta me duele la cabeza de oír rezar en voz alta. Desorden. Pero sé que amo a Dios. Sí: y que me ama. Soy desgraciado, porque soy pecador y desordenado y no tengo vida interior. Querría llorar, y no puedo. ¡Yo, que he llorado tanto! Y, a la vez, soy muy feliz: no me cambiaría por nadie. –Le conté esto y otras cosas a D. Antonio. ¡Ese cuarto de hora eterno de acción de gracias, mirando continuamente al reloj, para que se acabe! ¡Qué pena! Y, sin embargo, quiero a Jesús sobre todas las cosas.

–Después dije a D. Antonio que me parecía que le engañaba y que me movía a hablar la soberbia. Me consoló y dijo que voy bien» [8].

Debió durar varios meses. En septiembre de ese año, durante su retiro espiritual en el Monasterio de Santo Domingo de Silos, escribe de nuevo San Josemaría:

Monasterio de Santo Domingo de Silos

«Monasterio de Santo Domingo de Silos, vísperas de la Dedicación de San Miguel Arcángel, 28, sep. de 1938. Llevo tres días de retiro... sin hacer nada. Terriblemente tentado.

Me veo, no sólo incapaz de sacar la Obra adelante, sino incapaz de salvarme –¡pobre alma mía!– sin un milagro de la gracia. Estoy frío y –peor– como indiferente: igual que si fuera un espectador de «mi caso», a quien nada importara lo que contempla. No hago oración. ¿Serán estériles estos días? Y, sin embargo, mi Madre es mi Madre, y Jesús es –¿me atrevo?– ¡mi Jesús! Y hay bastantes almas santas, ahora mismo, pidiendo por este pecador. ¡No lo entiendo! ¿Vendrá la enfermedad que me purifique?» [9].

Sobre la frase «La enfermedad que me purifique», leer el comentario al punto 175.

Sobre esta noche oscura o purgación pasiva, leer los puntos 406, 416, 533, 702, 727 con sus comentarios.



[1] Se trata del P. Recaredo Ventosa García (1900-1993), religioso de los Sagrados Corazones, que escribió un testimonio, recogido en Testimonios sobre el Fundador del Opus Dei, 1994, pgs 419-424.

[2] El propio San Josemaría, con fecha 2-IX-1968, escribió al margen: «fue coacción del buen D. Norberto: a mí, me repugna». Pienso que se refiere no al acto en sí de ofrecimiento, que fue espontáneo, como él mismo dejó escrito en 1932 –vid comentario al punto 175 nota 15–, sino al clima de «victimismo» –vid ibidem– que este buen sacerdote quería introducir en el Opus Dei. Vid sobre este sacerdote y su relación con el Autor, VAzquez de Prada, I, pg 310. —Vid com/316, 533, 711 y 813.

[3] Avisó Isidoro Zorzano que había llegado a Madrid Ricardo Fernández Vallespín, que hizo un viaje desde el frente de Teruel, donde estaba destinado.

[4] Cuaderno de la Legación de Honduras, nº 1380.

[5] El anterior es el que da lugar al p/95 de Camino. Vid allí el texto.

[6] Álvaro del Portillo, nt 1023 a Apuntes íntimos. El subrayado es mío.

[7] Comenta Álvaro del Portillo:

«Estaba realmente haciendo oración mental todo el día, y llevando a Dios montones de almas, con un apostolado incesante que no era sino una consecuencia de su amor a Dios»

(nota 1168 a Apuntes íntimos).

[8] Cuaderno VIII dpdo, nº 1569, 21-III-1938.

[9] Cuaderno VIII dpdo, nº 1588.