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Capítulo
Punto 143
Santa Pureza · Punto 143

 Por defender
su pureza
San Francisco de Asís se revolcó en la nieve, San Benito se arrojó
a un zarzal,
San Bernardo
se zambulló
en un estanque helado...

—Tú, ¿qué has hecho?

Comentario

Ficha redactada probablemente por San Josemaría a partir de la meditación en los Ejercicios Espirituales que predicó en Vitoria-Vergara sobre «Santa Pureza». El guión dice así:

«San Francisco de Asís revolcóse en la nieve; San Benito, en un zarzal; San Bernardo se zambulló en un estanque helado... San Jerónimo, viejo ya...» [1].

Estos episodios hagiográficos eran proverbiales, emblemáticos en la tradición católica. Se narraban en el Año Cristiano y en el Breviario [2]. San Juan de Ávila, sin nombrar a los santos, relata los hechos de San Benito y San Bernardo en su Audi, filia [3].

Las fuentes históricas de estas tradiciones son las siguientes. En las «leyendas» de San Francisco y en general en la historiografía franciscana se recoge abundantemente el episodio referente al santo: de Tomás de Celano pasa a San Buenaventura [4].

La tradición sobre San Benito procede del libro II de los Diálogos de San Gregorio Magno [5]. Del episodio de San Bernardo tenemos noticia por Guillermo de Saint Thierry [6].Todos ellos reflejan la peculiar sensibilidad de aquellos siglos, pero su mensaje, que es el que quiere señalar San Josemaría, es claro, evangélico.

Velázquez, La tentación de Santo Tomás de Aquino



[1] Ejercicios Espirituales, Plática «Santa Pureza», Vitoria VIII-1938; guión nº 126.

[2] El de San Benito se leía en el Oficio de su fiesta (21 de marzo), II Nocturno, lección IV: «Dum igitur ei quodam die ardentes ad libidinem faces a diabolo subjicierentur, se in vepribus tamdiu volutavit, dum, lacerato corpore, voluptatis sensus dolore opprimeretur» (Breviarium Romanum, tertia editio typica, Romae MCMXVII, pg 1001).

[3]

«Y este modo leemos haber tenido los santos pasados, uno de los cuales se desnudó y revolcó por unas espinosas zarzas, y con el cuerpo lastimado y ensangrentado cesó la guerra que contra el ánima había. Otro se metió en tiempo de invierno en una laguna de agua muy fría»

(Audi, filia, cap 10; BAC 302, 1970, pg 578, in 946-950).

[4]


«Mas como ve que las disciplinas no ahuyentan la tentación, y a pesar de tener todos los miembros cárdenos, abre la celda, sale afuera al huerto y desnudo se mete entre la mucha nieve. Y, tomando la nieve, la moldea entre sus manos y hace con ella siete bloques a modo de monigotes. Poniéndose ante éstos, comienza a hablar así el hombre: 'Mira, este mayor es tu mujer; estos otros cuatro son tus dos hijos y tus dos hijas; los otros dos, el criado y la criada que se necesitan para el servicio. Pero date prisa –continúa– en vestir a todos, porque se mueren de frío. Y, si te molesta la multiplicada atención que hay que prestarles, sirve con solicitud al Señor sólo'. El diablo huye al instante confuso y el Santo se vuelve a la celda glorificando al Señor. Un hermano piadoso que estaba en oración a aquella hora, fue testigo de todo gracias a la luz de la luna, que resplandecía más aquella noche. Mas el Santo, enterado después de que el hermano lo había visto aquella noche, le mandó que, mientras él viviese, no descubriera a nadie lo sucedido»


(TomAs de Celano, Vida segunda, 116-117, en San Francisco de AsIs, Escritos, biografías, documentos, BAC 399, 1978, pgs 298-99 [y ya antes en BAC 4, pgs 157s]; editio critica: Fontes franciscani, a cura di Enrico MenestO e Stefano Brufani, Apparati di Giovanni M. Boccali, Edizioni Porziuncula, Assisi 1995, pgs 550s).

[5]

«... siguióle una tentación de la carne tan violenta cual nunca la había experimentado el varón santo. Efectivamente, había visto antaño a una mujer que representó ahora vivamente el maligno espíritu a los ojos de su alma; y de tal modo inflamó su hermosura el ánimo del siervo de Dios, que a duras penas cabía en su pecho la llama del amor, y vencido por la pasión pensó casi ya en abandonar el desierto. Pero, iluminado súbitamente por la gracia de lo alto, volvió en sí, y divisando un espeso matorral de zarzas y ortigas que allí cerca crecía, se despojó de sus vestidos y se arrojó desnudo sobre aquellos aguijones de espinos y ardores de ortigas; y habiéndose revolcado allí mucho tiempo, salió de ellas con todo el cuerpo llagado. Así por las heridas del cuerpo curó la herida del alma, pues trocó el deleite por el dolor. Y al abrasarse en el sufrimiento exterior, extinguió el fuego ilícito que ardía en su alma. De esta suerte venció al pecado, porque mudó el incendio. Desde entonces, según solía después contar él mismo a sus discípulos, de tal modo quedó en él amortiguada la tentación de la voluptuosidad, que jamás sintió en sí mismo nada semejante»

(S. Gregorii Magni Dialogorum, II, 2; San Benito. Su vida y su Regla, García Mª Colombás (ed.), BAC 115, 2ª ed, Madrid 1968, pgs 178-181).

[6]

«Fallecida su madre, empezó Bernardo a vivir en libertad y por su cuenta. Joven, bien parecido, con rostro llamativamente hermoso, de exquisita educación, de palabra fácil y de una inteligencia poco común, todos le aseguraban un brillante porvenir. […] No faltaron, por cierto las asechanzas del demonio, esa taimada serpiente que acechaba a su calcañal. Así, habiendo fijado sus ojos en una joven con un cierto detenimiento, avergonzado de sí mismo, se impuso la terrible penitencia de sumergirse hasta el cuello en un estanque cercano, hasta que, casi helado, no sólo se disipó la tentación, sino que se afianzó más en su propósito, adquiriendo por la castidad el mismo amor que profesaba quien dijo: 'he hecho un pacto con mis ojos: no mirar codiciosamente a ninguna doncella' (cfr Jb 31, 1)»

(Guillermo de Saint Thierry, «Vida de San Bernardo ‘Vita prima’» en Cistercium 46 [1994] 535). Debo agradecer a los PP. Tarsicio de Azcona OFMCap y Manuel Garrido OSB, y al Abad del Monasterio de la Oliva, R. P. Francisco Sánchez Alías, el rico material científico enviado para fijar estas tradiciones.

Zurbarán, La tentación de San Jerónimo