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Capítulo
Punto 271
Presencia de Dios · Punto 271

 Decía un alma de oración:
en las intenciones,
sea Jesús nuestro fin; en los afectos,
nuestro Amor;
en la palabra,
nuestro asunto;
en las acciones,
nuestro modelo.

Discurso de Juan Pablo II a los fieles del la Prelatura con motivo de unas jornadas de reflexión sobre la Carta Apostólica 'Novo Millennio Ineunte' (14-17 marzo 2001), en el que alude a este punto 271 de Camino

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. ¡Bienvenidos! Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros, sacerdotesy laicos, reunidos en Roma para participar en las jornadas de reflexión sobre la carta apostólica 'Novo millennio ineunte' y sobre las perspectivas que tracé en ella para el futuro de la evangelización. Y saludo especialmente a vuestro prelado, el obispo monseñor Javier Echevarría, que ha promovido este encuentro con el fin de potenciar el servicio que la Prelatura presta a las Iglesias particulares en las que se hallan presentes sus fieles.

Estáis aquí en representación de los diversos componentes con los que la Prelatura está orgánicamente estructurada, es decir, de los sacerdotes y los fieles laicos, hombres y mujeres, encabezados por su prelado. Esta naturaleza jerárquica del Opus Dei, establecida en la constitución apostólica con la que erigí la Prelatura (cf. Ut sit, 28 de noviembre de 1982), nos puede servir de punto de partida para consideraciones pastorales ricas en aplicaciones prácticas. Deseo subrayar, ante todo, que la pertenencia de los fieles laicos tanto a su Iglesia particular como a la Prelatura, a la que están incorporados, hace que la misión peculiar de la Prelatura confluya en el compromiso evangelizador de toda Iglesia particular, tal como previó el concilio Vaticano II al plantear la figura de las prelaturas personales.

La convergencia orgánica de sacerdotes y laicos es uno de los campos privilegiados en los que surgirá y se consolidará una pastoral centrada en el "dinamismo nuevo" (cf. Novo millennio ineunte, 15) al que todos nos sentimos impulsados después del gran jubileo. En este marco conviene recordar la importancia de la "espiritualidad de comunión" subrayada por la carta apostólica (cf. ib., 42-43).

2. Los laicos, en cuanto cristianos, están comprometidos a realizar un apostolado misionero. Sus competencias específicas en las diversas actividades humanas son, en primer lugar, un instrumento que Dios les ha confiado para hacer que "el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura" (ib., 29). Por consiguiente, es preciso estimularlos a poner efectivamente sus conocimientos al servicio de las "nuevas fronteras", que se presentan como desafíos para la presencia salvífica de la Iglesia en el mundo.

Su testimoniodirecto en todos esos campos mostrará que sólo en Cristo los valores humanos más elevados alcanzan su plenitud. Con su celo apostólico, su amistad fraterna y su caridad solidaria podrán transformar las relaciones sociales diarias en ocasiones para suscitar en sus semejantes la sed de verdad que es la primera condición para el encuentro salvífico con Cristo.

Los sacerdotes por su parte, desempeñan una función primaria insustituible: la de ayudar a las almas, una a una, por medio de los sacramentos, la predicación y la dirección espiritual, a abrirse al don de la gracia. Una espiritualidad de comunión valorará al máximo el papel de cada componente eclesial.

3. Queridos hermanos, os exhorto a no olvidar en todo vuestro trabajo el punto central de la experiencia jubilar: el encuentro con Cristo. El jubileo fue una continua e inolvidable contemplación del rostro de Cristo, Hijo eterno, Dios y hombre, crucificado y resucitado. Lo buscamos en la peregrinación hacia la Puerta que abre al hombre el camino del cielo. Experimentamos su dulzura en el acto humanísimo y divino de perdonar al pecador. Lo sentimos hermano de todos los hombres, guiados hacia la unidad por el don del amor que salva. Sólo Cristo puede apagar la sed de espiritualidad que se ha suscitado en nuestra sociedad.

"No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!" (ib., 29). Al mundo, a cada uno de nuestros hermanos los hombres, los cristianos debemos abrir el camino que lleva a Cristo. "Tu rostro busco, Señor" (Sal 27, 8). El beato Josemaría, hombre sediento de Dios, y por eso gran apóstol, solía repetir esa aspiración. Escribió: "En las intenciones sea Jesús nuestro fin; en los afectos, nuestro amor; en la palabra, nuestro asunto; en las acciones, nuestro modelo" (Camino, 271).

4. Es tiempo de dejar a un lado todo temor y lanzarnos hacia metas apostólicas audaces. Duc in altum! (Lc 5, 4): la invitación de Cristo nos estimula a remar mar adentro, a cultivar sueños ambiciosos de santidad personal y fecundidad apostólica. El apostolado siempre es el desbordamiento de la vida interior. Ciertamente, también es acción, pero sostenida por la caridad. Y la fuente de la caridad está siempre en la dimensión más íntima de la persona, donde se escucha la voz de Cristo que nos llama a remar con él mar adentro. Que cada uno de vosotros acoja esta invitación de Cristo a corresponderle con generosidad renovada cada día.

Con este deseo, a la vez que encomiendo a la intercesión de María vuestro compromiso de oración, de trabajo y de testimonio, os imparto con afecto mi bendición.

Comentario

El Greco, El expolio

La presencia de Dios, que era la presencia del Padre en los puntos 265-268 de Camino, se ha hecho una presencia cristológica en éste punto y en los dos anteriores: de la presencia real-sustancial de Cristo en el Sagrario pasa ahora San Josemaría a escribir sobre la presencia configurante de Jesús en el sujeto cristiano.

¿Quién es esta «alma de oración»? ¿Es una forma de expresar San Josemaría su propia propuesta? Si buscamos en el Cuaderno VI, nº 1067, 21-X-1933 [1], que es donde se encuentra el texto original, no se aplaca nuestro deseo de saber: tiene un tenor casi idéntico [2]:

Pero si indagamos el fondo y la forma de lo expresado, aparece San Juan de la Cruz, cuando escribe en la Noche oscura:

«Tan solícita anda el alma, que en todas las cosas busca al Amado; en todo cuanto piensa, luego piensa en el Amado; en cuanto habla, en cuantos negocios se ofrecen, luego es hablar y tratar del Amado; cuando come, cuando duerme, cuando vela, cuando hace cualquier cosa, todo su cuidado es en el Amado, según arriba queda dicho en las ansias de amor» [3].

¿Sería Juan de la Cruz? Aunque ya desde la época patrística se nos ofrecen hermosas formas del carácter absoluto de Cristo en la «conversación» del cristiano, como este comentario de Ambrosio de Milán al salmo 36:

«Que el tema de nuestra conversación sea el Señor Jesús, porque él es la sabiduría, él es la palabra, la Palabra de Dios […]. Hablemos siempre de él. Si hablamos sobre la sabiduría, ¡es él!; si hablamos de la justicia, ¡es él!; si hablamos de la paz, él es la paz; si hablamos de la verdad y de la vida y de la redención, ¡es él!» [4].

Juan Pablo II, en una reciente intervención, citaba este punto 271 de Camino en relación con el sentido del cap II de su Carta Apostólica Novo millennio ineunte, titulado: «Un rostro para contemplar» [5].

 



[1] Futuros puntos de Camino transcritos ese día por San Josemaría : 795, 271, 59, 470, 434.

[2] En vez de «en la palabra» se lee: «en las palabras».

[3] Noche oscura, II, 19, 2; BAC 15, 13ª ed, 1991, pg 569s.

[4] San Ambrosio, In Ps. 36, 65; CSEL, 123s. El texto se lee en el Oficio de Lectura del jueves de la VIª Semana del Tiempo Ordinario.

[5] Cfr Juan Pablo II, Discurso, Roma 17-III-2001. El Papa se dirigía a los participantes en el Encuentro sobre la Novo millennio ineunte promovido por la Prelatura del Opus Dei. Texto en L'Osservatore Romano, 18-III-2001.