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Capítulo
Punto 399
El plano de tu santidad · Punto 399

Si, por salvar una vida terrena,
con aplauso de todos, empleamos la fuerza para evitar que un hombre se suicide..., ¿no vamos a poder emplear la misma coacción —la santa coacción— para salvar la Vida (con mayúscula) de muchos que se obstinan en suicidar idiotamente su alma?

Comentario

El original de este punto –en redacción extensa– lo escribió San Josemaría en su Cuaderno unos días después del anterior (24-VIII-1931, nº 241) y conectando con él:

«Hablé el otro día de una «santa coacción». Yo lo entiendo así: Por humanidad, si vemos que un hombre, desesperado, se arroja a un río caudaloso para suicidarse, trataremos de salvarle. Nos arrojamos al agua, nadamos hasta él, le cogemos del pelo y ¡hala!, hacia la orilla... Si el suicida nos embaraza, con sus movimientos, para tratar de desprenderse de nosotros, con ánimo de consumar así sus propósitos cobardes y poniéndonos a la vez en peligro de ahogarnos, sin compasión le daremos puñetazos en su dura cabeza hasta que pierda el sentido...

Y entonces podremos salvarle trayéndole con vida a la orilla. Nadie nos criticará por el suceso. Hasta el interesado, cuando le pase la fiebre que le arrastró a la ignominia del crimen, vendrá en persona a agradecernos los misericordiosos puñetazos tan providencialmente administrados en su nuca... Y esto para salvar una vida terrena. ¿Y no vamos a poder emplear la misma coacción –la santa coacción– para salvar la Vida (con mayúscula) de muchos que se emperran en suicidar idiotamente su alma?».

Estamos, como dije, ante el «compelle intrare» del Evangelio (Lc 14, 23). La coacción de que habla este punto, como la palabra de San Lucas, se mueve en el plano del espíritu, del alma; en definitiva de la libertad liberada por la gracia.

Precisamente por eso no es coacción «a secas» –como es la coacción física o moral–, sino «santa». Es el «argue, obsecra, increpa» del Apóstol (2 Tm 4, 2), que tiene precisamente como fin poner a la persona –un compañero, un colega, un amigo– ante el ejercicio de su propia libertad.

San Josemaría

La «santa coacción» de que habla San Josemaría Escrivá es el desvelo del hombre cristiano –ante los que se empeñan «en suicidar idiotamente su alma»–, que San Agustín ha descrito en el célebre Tu vis errare, tu vis perire, ego nolo del sermón sobre los pastores de Ez 34:

«—Si estoy en el error, si estoy perdido, ¿por qué me buscas? ¿qué quieres de mí?

—Eso, precisamente: porque estás en el error, quiero que rectifiques; porque estás perdido, quiero encontrarte.

—¡Pero yo quiero vivir en el error, quiero perderme!

—¿Que quieres estar en el error y perderte? Pues yo no lo quiero. Es cierto que soy inoportuno y me atrevo a decir: Si tú quieres errar y perderte, yo no quiero. En última instancia no lo quiere Aquel que me dice: ‘No recuperaste a la que estaba descarriada, y a la que estaba perdida no la buscaste’. ¿Voy a temerte a ti más que a Él?» [1].

La analogía «espiritual» de esa acción de salvamento «corporal» que describe San Josemaría es sencillamente la Palabra de Dios, «más penetrante que una espada de dos filos» (Hb 4, 12), con su fuerza soberana, que es la fuerza del Amor de Dios. Del propio San Josemaría son estas palabras:

«Mi experiencia de hombre, de cristiano y de sacerdote me enseña todo lo contrario: no existe corazón, por metido que esté en el pecado, que no esconda, como el rescoldo entre las cenizas, una lumbre de nobleza. Y cuando he golpeado en esos corazones, a solas y con la palabra de Cristo, han respondido siempre» [2].

Aunque San Josemaría no lo dice, lo que ha «golpeado» a esos corazones de los que habla es, evidentemente, la fuerza del Amor de Dios presente en su palabra de sacerdote amigo. El Amor, cuando se hace tangible, «golpea» por dentro y arrastra tras de sí. Es el «dejad eso y venid con nosotros tras el Amor» del p/790.


[1] San Agustin, Sermón 46, 14; BAC 53, 1981, pg 629.

[2] Amigos de Dios, 74. La cursiva es mía.

tyle="">Amigos de Dios, 74. La cursiva es mía.