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Capítulo
Punto 597
Humildad · Punto 597

Si obraras
conforme
a los impulsos que sientes en tu corazón
y a los que la razón
te dicta,
estarías de continuo con la boca en tierra,
en postración,
como un gusano sucio, feo
y despreciable... delante de ¡ese Dios! que tanto te va aguantando.

Comentario

Texto del Cuaderno IV, nº 239, fechado en 23-VIII-1931. También aquí el Autor escribe en primera persona, desde su experiencia espiritual, sopesando su vida ante Dios:

«Si obrara conforme a los impulsos de mi pobre corazón y a los que la razón me dicta, estaría de continuo con la boca en tierra, en postración, como un gusano sucio, feo y despreciable... delante de ¡ese Dios!, que tanto me va aguantando».

El p/597 se inscribe en el conjunto de textos de este cap sobre el «propio conocimiento» que lleva a la humildad. Con terminología de la Escritura [1] y de la tradición espiritual, se sitúa no a nivel ontológico –el Autor presupone siempre una visión positiva, optimista, de la vida humana (cfr p/40, 378, 988)– sino existencial, reflejando, con palabras fuertes, análogas a las de otros muchos textos antiguos y modernos, la experiencia cristiana acerca del hombre, que Pablo de Tarso ya formuló en términos de «hombre viejo» (Rm 6, 6) y «hombre nuevo» (Ef 2, 15). Frente a toda visión ingenua, rousseauniana, del hombre, el Autor constata, ante todo en sí mismo, que hay en el hombre caído y redimido ciertos impulsos del corazón y de la razón –fruto del fomes peccati– que degradan y necesitan ser rectificados [2], confiando en la ayuda divina. «Sufficit tibi gratia mea», dirá con San Pablo (2 Co 12, 9) en el p/707, que es como la prolongación de éste que comentamos. Para el sentido teológico del texto, vid también com/207.



[1] Vid por ej, Sal 21, 7: «yo soy un gusano y no un hombre»; Santa Teresa, passim, por ej Libro de la Vida, 19, 2; BAC 212, 8ª ed, 1986, pg 104: «¡Seáis alabado, oh regalo de los ángeles, que así queréis levantar un gusano tan vil!».

[2] Y, sin embargo, la razón es un «chispazo del entendimiento divino» (p/782), y el corazón, el preciso lugar donde Cristo ha puesto «los mandatos sublimes» (p/493) y «la gloriosa esperanza del Cielo» (p/668). El Autor ve al apóstol de Cristo «cabeza y corazón borrachos de Dios» (p/688).