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Capítulo
Punto 205
Mortificación · Punto 205

 Leíamos —tú y yo—
la vida
heroicamente vulgar de aquel hombre de Dios.
—Y le vimos luchar, durante meses y años (¡qué «contabilidad»,
la de su examen particular!), a la hora del desayuno:
hoy vencía,
mañana era vencido... Apuntaba: «no tomé mantequilla...,
¡tomé mantequilla!»
Ojalá también vivamos —tú y yo— nuestra..., «tragedia»
de la mantequilla.
 

Comentario

camino 205

Octavilla redactada en Burgos, avanzado ya el año 1938. Aquel «hombre de Dios» era el P. William Doyle, jesuita irlandés (1873-1917), hombre de gran celo apostólico.

En 1917 se alistó voluntariamente como capellán en el ejército británico; su valor y entrega en medio de los peligros le ganaron la admiración de los que le rodeaban. Murió en agosto de 1917, en la batalla de Ypres.

Después de su muerte, al conocerse sus escritos espirituales, se supieron muchos hechos de su vida penitente en cosas grandes, pero sobre todo en mil detalles pequeños. Vid Vida del P. Guillermo Doyle S.J., por el Profesor Alfredo O'Rahilly, traducida de la cuarta edición inglesa por el P. Aurelio Ubierna S.J., Valladolid, Impr. Casa Social Católica, 1929 [1].

P. William Doyle

Este libro fue el que leyó San Josemaría en 1933, como él mismo dejó constancia en su Cuaderno VI, recogiendo la palabra que pasó años después al punto de Camino:

«He leído de prisa la vida del P. Doyle: ¡qué bien entiendo la tragedia de la mantequilla!» [2].

¿Cuál era esa tragedia de la mantequilla, con la que conectó tan vivamente San Josemaría? He aquí unos textos de la citada biografía: «Tomaba disciplinas muy duras. Además, con tomar el té sin azúcar, el pan sin mantequilla y la carne sin sal, hizo de sus comidas una serie continua de mortificaciones. Naturalmente tenía muy buen apetito y gusto fino por dulces y golosinas. De todo hizo una palestra de abnegación propia» [3].

En efecto, el lector comprueba que lo que el San Josemaría llamó «tragedia de la mantequilla» bien merecía ese nombre aplicado al P. Doyle. Realmente edifica el diario del P. Doyle sobre el tema: «Una fuerte tentación durante la Misa y la acción de gracias de quebrantar mi propósito y dar gusto a mi apetito en el desayuno. La idea de un desayuno de pan seco y te sin azúcar en el futuro, me parecía intolerable (18-IX-1913)»

[4]. «Dios me ha estado urgiendo fuertemente durante estos Ejercicios a dejar completamente la mantequilla. Lo he hecho así en muchas comidas sin ningún inconveniente; pero en parte volví atrás por respeto humano y por miedo a que otros lo notaran. Mas, aunque fuera así, ¿qué importaría? Una cosa siento que me pide constantemente Jesús y no tengo el valor para dársela: dejar completamente la mantequilla (IX-1913)» [5]. «Por ahora tomaré mantequilla con dos bocados de pan en el almuerzo; pero no en las otras comidas (29-VII-1914)» [6]. A esta resolución parece haberse atenido.

La primera edición inglesa de Camino [7], que respondía a la traducción hecha por el irlandés Fr. Cormac Burke, expresaba la «tragedia de la mantequilla» con toda fidelidad («butter tragedy»).

San Josemaría y Cormac Burke,
primer traductor de Camino en lengua inglesa

Pero desde la revisión realizada por el también irlandés Michael Adams, las ediciones de Camino en las Islas Británicas cambiaron la expresión emblemática por «marmalade tragedy», primero [8], y «sugar tragedy», después [9]: la tragedia ahora era la mermelada o el azúcar [10].

El cambio había aparecido con ocasión de una revisión del texto inglés. El revisor había explicado que él pensaba que San Josemaría se estaba refiriendo a un personaje español y que así se comprendía una mortificación planteada en torno a la mantequilla. En Irlanda no se podía concebir una persona que no tomase mantequilla en el desayuno [11]. Y así apareció «la tragedia de la mermelada o del azúcar»...

Álvaro del Portillo, que en 1981, estando en Irlanda, escuchó esta explicación, aclaró que el protagonista era el P. Doyle, ¡un irlandés!, y comentaba: «O sea, que, como dicen en Italia, traduttore, traditore» [12]. La «butter tragedy» retornó al texto inglés... [13].

Pero volvamos a la redacción del punto 205. Unos días después de escribir en su Cuaderno la anotación arriba transcrita, San Josemaría Escrivá hizo su Retiro espiritual de ese año 1933. Allí anotó algo que practicaba de tiempo atrás pero que ahora formula como uno de los propósitos del retiro, y lo expresa con los términos del futuro punto de Camino: una de estas «tragedias» (o «epopeyas», como aquí las llama):

«Esto último, no leer periódicos [14], para mí supone ordinariamente una mortificación nada pequeña; sin embargo, con la gracia de Dios, fui fiel hasta el fin de la discusión parlamentaria de la Ley (!) contra las Congregaciones religiosas [15]. ¡Qué luchas, las mías! Estas epopeyas sólo pueden entenderlas, quienes hayan pasado por ellas. Alguna vez, vencedor; las más veces, vencido» [16].

La redacción del punto de Camino en 1938 rememora, pues, la lectura del libro hecha años atrás. Y hecha –dice– conjuntamente (o simultáneamente) con otra persona: "leíamos tú y yo...".

Concluyo de la documentación que he podido manejar que el otro lector del libro era Juan Jiménez Vargas: hacía unos meses que se había incorporado al Opus Dei y San Josemaría le recomendó la lectura del libro. Copio un intercambio de cartas, hecho en 1938, en las que San Josemaría y Jiménez Vargas aluden con humor y afecto al santo sacerdote irlandés.

Escribe San Josemaría:

«Siento una envidia enorme de los que están en los frentes [17], a pesar de todo. Se me ocurre pensar que, si no tuviera bien señalada mi senda, sería magnífico dejar corto al P. Doyle. Pero... eso me iría muy bien: nunca me costó gran cosa la penitencia. Sin duda, ésta es la razón de que me lleven por otro camino: el Amor» [18].

Juan Jiménez Vargas

Jiménez Vargas le escribe en carta de octubre de ese año:

«Mandaría una especie de diario con muchas, muchísimas pequeñas tragedias de la mantequilla, pero... como no todo son tragedias ya pensaré si lo escribo. Ya sabe que me horripila escribir pringosidades» [19].

La ocasión concreta para redactar la octavilla bien pudo ser el repaso de sus guiones de predicación en la fase final de preparación del libro. En uno de 22 de agosto se lee:

«Práctica: ejemplos de cosas pequeñas. El minuto heroico: la tragedia de la mantequilla (Doyle)» [20].

Y ya antes, en el retiro de Salamanca:

«Mortificación interior y exterior. El minuto heroico: la tragedia de la mantequilla» [21].

Sobre la «contabilidad» y el examen particular vid el punto 235 y el comentario al punto 238.



[1] El original en inglés es: Alfred O'Rahilly, Father William Doyle S.J., Longmans, Green and Cº, Londres 1920; he consultado la 4ª edición, Londres 1922. Vid también Hugh Kelly, «Doyle», en DSp, III, col. 1702-1704.

[2] Apuntes íntimos, nº 1023, 13-VI-1933. El 22-XI-1933 en una meditación en el Instituto Católico Femenino ya hablaba de la «tragedia de la mantequilla»; vid guión nº 19.

[3] Father William Doyle, pg 149; 4ª ed ingl., pg 127.

[4] Ibidem, pg 151; 4ª ed ingl., pg 128.

[5] Ibidem, pg 151; 4ª ed ingl., pg 129.

[6] Ibidem.

[7] Mercier, Cork, 1953.

[8] Scepter, London, 1958.

[9] Ediciones 3ª a 8ª, 1961-1981.

[10] No así las ediciones hechas en Estados Unidos (1965) y Filipinas (1975), que traducían: «our 'drama' of the butter».

[11] Tan inconcebible que ya O'Rahilly, en el original de su biografía, puso esta nota para aclararlo: «Como este punto de la mantequilla se toca tantas veces en las páginas que siguen, téngase presente que en Irlanda no es artículo de lujo o de regalo, como pudiera serlo en otros países» (Father William Doyle, pg 149).

[12] Notas de un coloquio con Álvaro del Portillo, Prelado del Opus Dei, Dublin 13-XII-1985.

[13] 9ª edición, Dublin, Four Courts Press, 1985. Las modernas ediciones hechas en Inglaterra han tomado la expresión : «our 'drama' of the butter» de las ediciones de USA y Filipinas. Vid London, Scepter, 1995 (no hace constar el número de edición).

[14] Uno de los propósitos que hizo San Josemaría en aquel Retiro.

[15] Ley sobre las Confesiones y Congregaciones religiosas, que aprobaron las Cortes Constituyentes de la República en desarrollo de la Constitución y fue promulgada el 2-VI-1933. San Josemaría la llama espontáneamente Ley «contra» las Congregaciones.

Fue, en efecto, el golpe culminante contra la Iglesia en aquellos momentos dramáticos de la historia de España, y el debate de la Ley, un periodo de tensión y angustia para los católicos. Se nacionalizaban todos los bienes de la Iglesia, desde las iglesias hasta los vasos sagrados, y se obligaba a las instituciones de la Iglesia a cerrar sus colegios y cesar en toda actividad de enseñanza, incluida la enseñanza primaria, aunque el Estado –decía expresamente la Ley– no estuviera en condiciones de hacerse cargo de esa instrucción. Al día siguiente de la promulgación, el Papa Pío XI hacía pública la Encíclica Dilectissima nobis, sobre la situación de la Iglesia en España (texto en AAS 25 [1933] 261-274), en la que calificaba a la ley de «inhumana». Con fecha 25 de mayo, aprobada ya la ley en Cortes, pero aún no promulgada, el Episcopado español había dado a conocer una Pastoral colectiva sobre la grave situación del país y de la Iglesia. Sobre el tema vid Antonio FontAn, Religión y política en la II República. Apuntes españoles (1931-1936), Madrid 1998, pgs 189-196 (edición no comercial); Fernando De Meer, La cuestión religiosa en las Cortes Constituyentes de la II República Española, Eunsa, Pamplona 1975.

[16] Apuntes íntimos, nº 1726, 22-VI-1933; la cursiva es del original.

[17] Se refiere a los sacerdotes que están de capellanes.

[18] Carta de San Josemaría Escrivá a Juan Jiménez Vargas, Burgos 6-VI-1938; EF 380606-1.

[19] Carta de Juan Jiménez Vargas a San Josemaría Escrivá, Muela de Villastar (Teruel) 12-X-1938; AGP, sec N-2, leg 148, carp B, exp 1. «Pringosidades», expresión frecuente en las cartas de Jiménez Vargas para designar cosas tiernas, edificantes, con un punto de sentimiento, que eran lo más contrario a su carácter. El propio Jiménez Vargas, en su Relato del 77, pg 8, recuerda también la redacción de este p/205: «La anécdota que da pie a este punto está tomada de la biografía de un jesuita irlandés, el P. Doyle, capellán del ejército en la guerra del 14, sugestiva y un poco novelada. Parecía que podría utilizarse para la lectura espiritual, y se utilizó un tiempo, que no duró mucho».

La realidad es que, aparte de la mortificación en la línea de la tragedia de la mantequilla, el P. Doyle hacía otras penitencias terribles y extrañas, quizá adecuadas a la vida religiosa, pero que podían ser un tanto deformantes a la hora de comprender la santificación de la vida corriente.

[20] Ejercicios Espirituales, Plática «Perfección en las cosas pequeñas», Vitoria 22-VIII-1938; guión nº 107.

[21] Retiro espiritual, Meditación titulada «Espíritu de sacrificio», Salamanca 25-I-1938; guión nº 93.